Jóvenes sí, pero no todos; ni siquiera la mayoría
Hoy vengo reivindicativo. Pero no a título individual, ni siquiera de grupo o gremio. Hoy vengo en reivindicar a los jóvenes. Y lo hago en toda la amplitud del término por cuanto también en toda su amplitud lo emplean diversos medios informativos, o la propia sociedad, para acusarlos.
Y es que, no sé si consciente o inconscientemente, se tiende a tomar la parte por el todo en las acusaciones sobre comportamientos, macrobotellones, botellones, o incluso botellones de aldea. Los culpables son: los jóvenes, así en su globalidad-
Y aquí es mi primera discrepancia pues todos estos actos: vandálicos, antisociales, egoístas, plenos de adanismo, antisistema, o anti lo que sea, los protagonizan “diversos grupos de jóvenes”, más o menos numerosos, pero grupos. Y tampoco hay que ir a estudiar a Salamanca para deducir que son muchos más los que se divierten o alternan de una mamera civilizada; acuden a actos culturales, cines, conciertos o espectáculos, o simplemente no salen de noche, que los que alteran la convivencia, la paz y el sueño de barrios y pueblos.
Y por la proliferación últimamente de estas formas de diversión ,que rayan la delincuencia, no podemos estigmatizar a toda la juventud. Es exagerado hacerlo, de alguna forma les hacemos a todos cómplices de formas y altercados destructivos. Pero, no obstante, si habremos de convenir en que existe una virulencia antisocial y anti normativa latente y que, basta que en cualquier concentración o botellón aparezca un grupo de vándalos organizados, y seguidamente jaleados por otros con exceso de alcohol en el cuerpo, para que la situación se degrade por completo y aparezcan las puñaladas, los incendios de bienes públicos y privados, los robos, los allanamientos de la propiedad privada y la vandalización general del grupo.
Y quizás lo más grave es que, ante la pasividad de los responsables y de las familias todo, comienza a ser una decadente rutina de cada fin de semana escudada bajo el egoísta e insolidario lema de: “tenemos derecho a divertirnos”.
Las causas son múltiples y diversas y no de todas ellas son únicamente responsables los jóvenes. Detrás están también la inhibición de muchas familias, el empobrecimiento intelectual de una sociedad que, paradójicamente, les ofrece avances técnicos nunca vistos, junto a la mejor formación y preparación de todos los tiempos. Pero quizás la clave esté en que nos falta cultura general, educación, respeto hacia uno mismo y hacia los mayores y más sabios, frente a la valoración de las medianías, los llamados ` `influenciers´, el postureo y la falta de un criterio constructivo de la convivencia.
Por otra parte, tampoco hay que descartar el libre derecho de los jóvenes a expresar, dentro de la Lay y las normas, su rebeldía ante la situación laboral general y un futuro incierto, con políticas decepcionantes llenas de buenismo y palabrería, vacías de contenidos y llenas de programas hueros y mentirosos. Pero nada de ello es justificante para convertir una reivindicación justa en una batalla campal. Y creo que detrás de todo puede haber también un concepto erróneo de la libertad. Y no nos confiemos: ésto no pasa solo en las grandes ciudades. Ya comenzamos a tenerlo en los pueblos cada fin de semana.