En busca del verano perdido
Pues verán, amigos, como el verano no se decidía a acudir, decidí ir yo al verano. Y no, no me vale de justificación de que hubo unos días de sol entre mayo y julio. Que el tiempo estaba “estupendo” con sus nieblas, orbayos y jerséis al atardecer, al decir de los devotos de estos fenómenos y enemigos de los días soleados en que parece que la Naturaleza rompe barreras y se muestra abierta y entregada a todos. Y tampoco que hiciese sol el día del Carmen
Eso no es verano. Al menos yo no lo percibo así. Y como no divisaba perspectiva alguna de cambio de tiempo, decidí coger el petate y salir en busca del verano.
¿Cuál es lugar del que más abominan ahora mismo por los calores unos y otros, especialmente los que llegan de vacaciones a estos concejos?, me pregunté. Y yo mismo me contesté. De Madrid. Pues hale, a llevar la contraria al personal. Así que cogí los bártulos y en completa connivencia con Maribel, nos plantamos en la capital de España (lo que se dice ahora “este país”).
Como tenía pensión asegurada y gratuita no me preocupé mucho de este tema. Y así me planté en Moncloa donde, en el entorno de la Ciudad Universitaria, también encuentro, y más en esta época, aparcamiento gratuito.
Ya anochecía y en las terrazas del barrio el ambiente era de llamada abierta a la convivencia en torno a los espumeantes vasos de cerveza. Tan solo las mascarillas recordaban que no estaban las cosas bien. Bueno, y la despreocupación por las distancias de algunos de los que por allí pululaban
Por unas u otras causas, decidí reservarme y acudir a cumplir aquella de entre las, creo que ya casi olvidadas Obras de Misericordia, manda “visitar a los enfermos”. Y así lo hice con mi cuñao, al que el corazón le había dado un susto y ahora se encuentra viendo pasar el verano detrás de los cristales de la ventana y con el aire acondicionado a mano.
Y he de decirles que he dormido como un bendito sin aire acondicionado ni nada. Incluso con pijama. De pantalón corto sí; pero pijama. Y he salido a dar mi paseo matinal por la Ciudad Universitaria con una fresca brisa soplando desde la Sierra y el sol iniciando su tarea de convertir en secarral el entorno de las Facultades.
Y ahora, por el aquel de lo que son para mí misterios insondables de la técnica, mientras ustedes leen estas líenas yo brindo con vosotros con largo trago de la espumeante caña que acaban de servirme en una terraza de la Calle Gaztambide.
Va por ustedes con mis deseos de una feliz jornada