16 de junio. Con la mirada en Cangas camino de otro Parque
Carretera adelante, llega nítida la vez del locutor de radio: “Hoy es dieciséis de junio”.
Reacciona el viajero y automáticamente se da cuenta de que estamos a un mes justo del día más especial del año para los cangueses: el 16 de julio.
El sol va marcando el camino tal cual suele hacerlo cada año en la procesión mañanera de ese día. Y desde allí, tras recorrer rutas de compuestas y cervezas, salta a la de la tarde sin pausa alguna en el discurrir del pensamiento.
También discurre ante sus ojos la carretera. El tráfico es poco y permite conducir sin demasiada tensión. Las señales indican una máxima de 90 kilómetro hora.
En la mente del viajero suenan los barrenos del Voladorón e incluso siente como venían a rómperle la somnolencia que se le venía encima después de un buen comer y el abundante alterne previo.
Falta un mes y los más jóvenes, liquidado ya el curso, preparan bolsas y maletas para trasladarse a Cangas a vivir intensamente el verano. O al menos a intentarlo, pues la dichosa pandemia, aunque ya moderada, seguirá poniendo sus barreras al efecto. Otros, los que trabajan, miran esperanzados el calendario: ¡Ya falta menos!, se dicen. Y programan mentalmente su viaje, su reencuentro con la peña, el desfile, el pregón y las tiradas. Pero aquí se para. ¡Coño!, ¡si este año tampoco tiramos! Y un rictus de amargura le cambia la cara. ¡La p… que parió al bicho! Todo se andará, se autoanima. Y sigue mezclando recuerdos con deseos para el ya presente verano. El 7 en Cangas.
Discurre suave la carretera entre lomas onduladas, campos que van perdiendo el verde aceleradamente y olivares que se van quedando atrás
Salió el viajero del Parque Natural de Fuentes dejando allí nieblas, orballos y verdes esplendorosos para buscar el lucir del sol en el de la Villuercas-Ibores. Entre las sierras quebradas surgidas del mar en el correr de los siglos, revivió otros amaneceres lejanos de brisas suaves y rojos atardeceres con el sol incendiando las dehesas y coronando los canchos. Otros rojos ponían contrapunto al último sol vespertino: los de las cerezas.
El agua comenzó a asomarse a ambos lados de la ruta. Los pinos ponían su particular definición a un paisaje de dunas arenosas.
El viajero se adentraba en otro Parque Natural: el de Doñana.