Cosas de Xuan : Bajé a Cangas y me analizaron las obras de la travesía
Permítanme presentárselo: Xuan es un personaje que apareció con la La Maniega del 81 como un “alter ego” y que ahora vuelve para charlar con ustedes. Él habla
Estaba fresca la mañana. El sol se descolgaba lentamente desde la montaña hasta el río para seguidamente emprender, perezoso y tibio, la escalada del monte camino de las primeras casas del pueblo.
En éste hacía ya tiempo que todo era lento, lento y silencioso. Como si un grito de antaño se hubiese quebrado en la garganta de algún mitológico gigante quedando tan solo en el aire el tintineo del eco perdiéndose en el valle. Hasta las chuecas callaron.
Decidí bajar a Cangas. Hacía más de dos meses que no lo hacía. La dichosa pandemia me había retraído, a mí y a otros; todo era ahora más prudente, y creo que hasta se palpaba cierto miedo. Había quedado con Manolín pues yo ya me sentía algo torpe con el coche. Y es que, saben ustedes, echaba de menos mis parrafadas con Pasquín, pero nos había dejado. También hacía tiempo que no charlaba con el Cuntapeiro que, desde que cerró La Maniega, se dejaba ver menos por aquí, bueno yo también por allí.
El caso es que, preguntándonos si podríamos echar o no un café en el Amador, la emprendimos carretera abajo apreciando como algunos de los árboles que la bordean avanzaban sus ramas, plenas ya de hojas, hacia la misma. Pronto, en algunos tramos, terminarían haciendo un verde túnel de sombra.
Por el aquel de tener mejor sitio para aparcar decidimos tomar café en El Molinón. Nos lavamos las manos con el dichoso mejunje al entrar y pudimos sentarnos tranquilamente. Manolín se fue rápido a hacer sus cosas y yo llamé al cuntapeiro, al Mera, para que se acercase y charlar un poco.
Pronto me di cuenta que, en la mesa de al lado, tres personas, jubilados de mi edad más o menos, discutían animadamente. En su criterio no se debía de haber consentido que las obras de arreglado y asfaltado de la travesía de la AS-15, desde el Corral hasta el Paseo, se estuviese haciendo de noche.
-No es que molesten a los vecinos, que algo sí; es que nos esconden a todos el cómo lo hacen. De noche hacen lo que les parece y, claro, así está quedando, argumentaba uno de los contertulios.
-No tiene en cuenta nada. A nosotros nos hunden. Ya me diéresis si no estaríamos nosotros mucho más entretenidos viendo lo que hacen, comentándolo, criticándolo, incluso corrigiéndolos.
-¡Pero onde va´parar!, exclamó otro llevándose el vaso de vino a la boca
-Ya según dicen, hasta nos vendría bien médicamente; bueno eso dicen los que saben. Estaríamos mucho más entretenidos y dormiríamos mejor, remató el tercero.
No pude por menos de mirarlos un tanto perplejo. Eso no nos pasaba a los de los pueblos. Bueno, también nos gusta ver las obras y encontrarlas defectos, pero no hasta el extremo de que el no hacerlo pueda afectar a nuestra salud y dormidera.
Llegado el Cuntapeiro dejé de atenderlos, no sin escuchar como culpaban al alcalde de todo ello. ¡Cómo tiene que ser!