“Amortajados” en la romería del Acebo y un baile de gala en el Toreno tras la bajada
Estoy seguro de que todos ustedes conocen a la perfección la fiesta del Acebo, su característica y peculiaridades, tanto de ahora como de hace unos cuantos años.
Pero ya dudo más que sepan lo que paso a contarles y que aún acontecía a principios del siglo XX. En aquel entonces a la procesión, amén de los devotos que acudían descalzos o de rodillas, había otros que lo hacían “amortajados”, es decir preparados tal y como si fuesen a ser enterrados como aún sigue sucediendo en Santa Marta de Ribarteme (Pontevedra, Galicia).
De la mano de “Amader”, un seudónimo de un más que probable prócer cangués, vamos a referirnos concretamente a la celebración habida el 8 de septiembre de 1.887. Pero voy a dividírsela en dos partes: de una la romería en sí y de otra el gran baile de gala que se celebró a la vuelta en el Palacio de Toreno.
Lean:
“El día espléndido que se presentó en las primeras horas de la mañana y algunos preparativos hechos de antemano la víspera, hizo que multitud de gente, animada por pura devoción o por el afán de divertirse, emprendieran la penosa ascensión que hay que vencer para llegar desde esta villa y pueblos inmediatos al célebre Santuario de la Virgen del Acebo, imagen la más venerada y de más nombre de cuantas existen en toda la zona occidental de Asturias.
Desde muy temprano veíanse cuajados de gentes, de todas las clases sociales los distintos caminos y sendas que a él conducen, trasportadas por todos los medios de locomoción que el terreno permite, ya en briosos corceles con arreos cómodos y lustrosos, ya en pequeños caballos del país con vieja albarda cubierta con manta de Palencia, ora en carretas tiradas por parejas de vacas, ora a patita y andando como suele decirse, y hasta algunos devotos descalzos y amortajados cumpliendo promesas por favores recibidos de la Virgen.
A las doce menos cuarto, las campanas de la ermita llamaban a los fieles a la misa, que se celebró con gran solemnidad, saliendo una vez terminada ésta, las vistosa procesión con la imagen, los referidos amortajados, ramos de rosquilla y de panes, la gaita y el tambor amenizando el acto, así como los cohetes y el Gigantón, que más parecía un liliputiense por su pequeña dimensión.
Todavía no se hallaba toda la comitiva en la iglesia, cuando sobre la verde alfombra se iban colocando blancos manteles, alrededor de los cuales se sentaban los romeros deseosos de atender a los deberes corporales, una vez que ya habían cumplido los espirituales, para reponer el estómago, ya vacío por lo avanzado de la hora
A medida que los suculentos manjares, remojados con el vinillo cangués, iban introduciéndose en el cuerpo, la animación y la alegría, se reflejaban en los concurrentes, que no tardaron en lanzarse al baile, cada uno al de su predilección, toda vez que esa romería era especial para la variedad en las danzas. En un lado giraldillas con corro de señoritas entonando cantares populares; en otro el clásico “Son d´Arriba” con pandero y castañuelas por las aldeanas con “rodao” cantando aquello de
Este pandeiro que tocu
ya de pelleyo de obeya.
ayer berraba nu monte
y hoy suena que retumbea.
Otro grupo bailando el “respingo, tocado por el pacienzudo gaitero, y más allá “pobres chicas” con su airosos mantones, danzando la alegre jota. Señalar aquí que el “pobres chicas” aparece entrecomillado, por lo que se me escapa la referencia concreta que quiere darle el redactor de la crónica
A la caída de la tarde bajamos los romeros tan contentos por lo que habíamos disfrutado, con las correspondientes cintas de colores tocadas a la Virgen, las cuales íbamos repartiendo a los perezosos que se contentaron con ir a esperar a la gente a Las Escolinas y a San Tirso.
Esta fiesta la empalmamos con la de la noche, que fue un gran baile que dieron condes de Toreno en su palacio. Poco más de las nueve serían cuando lo salones se vieron completamente llenos de respetables señoras y caballeros y de multitud de jóvenes, todos dispuestos a brillar sin descanso aprovechando desde el primer al último compás de los bonitos bailables que se ejecutaban al piano, que apenas preludiaba las primeras notas, se levantaban los concurrentes, para dirigirse apresuradamente a la señorita que iba a ser su pareja. Todo era grande y animado: profusión de luces, caras bonitas alegría y entusiasmo.
Excusado es decir que los honores de la casa los hicieron los anfitriones de la fiesta con exquisito tacto, que encantó a los asistentes y que dejaron recuerdo imperecedero en la memoria de los convidados.
Y va aun va más allá el narrador en sus desmedidos y rimbombantes elogios
Si el baile fue digno de sus organizadores, el espléndido cotillón fue digno del baile. Estaba encargado de su dirección el hijo del conde, Álvaro, que lo encauzó con una precisión tan matemática, que parecía que los que tomaron parte en él habían ensayado repetidas veces las variadas figuras preparadas al efecto.
Bonitos prendidos, lindísimos “bouquets”, lazos con cascabeles, vistosa banda, condecoraciones relucientes y otros objetos. Cuando todos ellos estaban repartidos y colocados en los que tomaban parte, el aspecto del salón presentaba un golpe de vista sorprendente, fantástica; terminando esta agradable fiesta con una abundante y apetitosa cena,