De aleluyas de ahijados a misereres del paro
Aleleyu, aleluya, resucitó, aleluya. Alegraos, alegraos. Así cantaban el domingo los católicos en la Pascua de Resurrección. Así lo hacían también los ahijados al recibir los presentes de sus padrinos, ya sea en forma de bolla, de dinero, de huevo cocido o de chocolate, u otras de las muchas maneras existentes para este rito pascual del regalo. Pero también fueron muchos los padrinos que no pudieron homenajear a sus ahijados. El fantasma del paro no conoce aún de aleluyas y aún no le ha llegado su Pascua, su vuelta a la vida. El aleluya de tantas familias en la que ni uno solo de sus miembros recibe salario alguno aún no ha podido ser proclamado. Detrás tan solo Cáritas, Cruz Roja y la solidaridad ciudadana.
Y lo más doloroso es que nadie habla de este gravísimo problema: ni la prensa, ni los gobernantes, ni la oposición, ni los sindicatos, ni tan siquiera los que tienen trabajo. Y más aún lo es que tampoco lo hacen los jóvenes. Salen a la calle bajo las siglas de ciento y un mil asociaciones y pancartas, muchas veces de lo más variopinto y pintoresco, pero ni una protesta por el paro. Los sindicatos estudian, preparan o anuncian protestas contra el gobierno por esto o por aquello, pero nunca con el paro como única y más importante reivindicación.
En la madrugada del pasado domingo, en las puertas de todas las iglesias del mundo se prenden pequeñas o grandes hogueras: es el fuego purificador de un nuevo ciclo. Y al igual que con el fuego sucede con el agua. Algo así debe, debemos, hacer en nuestra sociedad. Estamos necesitados de un nuevo fuego purificador que acabe con el pasado, renueve ideas, políticos y políticas y acabe con tantas prácticas corruptas de todo tipo.
Prácticas corruptas que, de alguna manera, se han asentado también en la sociedad, entre nosotros, y las practicamos con toda naturalidad. Acuérdense simplemente de lo que ha venido sucediendo con determinadas ayudas oficiales, subvenciones y tantas otras prebendas que se han repartido sin orden ni control alguno y que, en muchísimo casos, no han servido para nada ni se han justificado. Otras han terminado sencillamente en beneficios directos para aquellos que las han recibido. Y ante estas corruptelas, también nosotros hemos callado, incluso, en algunos casos, justificado.
Ha llegado la resurrección y el aleluya para los cristianos, los parados aún están en su particular y ya larguísimo Miserere del Viernes Santo. Su aleluya ni siquiera se vislumbra.