Aquella Cangas de los inicios de la Transición
Aquellos que nacieron al inicio de los años ochenta probablemente no tengan recuerdos de la Cangas de aquel entonces a no ser por referencias indirectas. Sus primeros recuerdos y vivencias del entorno en el que vivían les llegarán a partir de los 6/8 años, con la llegada al Colegio, en el mejor de los casos. Incluso me atrevo a señalar que habrá también bastantes de los que han dejado atrás los 50 que se habrán olvidado de algunos de los entornos que aquí señalo.
Hasta bien iniciada la década de los ochenta, con la construcción del Hospital Comarcal, no comienzan a ser visibles los avances de los que ahora gozamos. Y es que antes del citado Hospital, las urgencias, las operaciones, los traumatismos, cualquier dificultad médica, se desviaba a Oviedo; incluso es posible que alguno de los que me escuchan naciese en una ambulancia camino de la capital de Asturias en cuya Residencia Sanitaria tenían lugar aquellos partos que no se producían en casa con la vigilancia, y no en todos los casos, de una de las dos comadronas existentes en la villa.
Las ferias se celebraban en La Vega, en los tendejones, y donde ahora se levanta el edificio de servicios múltiples y la estación de autobuses. Los días feriados eran no lectivos. El lugar que ahora ocupa la piscina climatizada eran huertas cuyos árboles frutales hacían las delicias de los alumnos del Colegio Maestro Casanova. La industria del momento se centraba en el Taller de Jaime, con actividad también en los solares del Reguerón, y los talleres de Los Nogales y Santa Catalina o el del Alvite en Pelayo. En el actual Polígono de Obanca había huertas, prados y algo de viña.
El agua potable era una odisea. Todavía en 1.983, el ayuntamiento hubo de emitir un bando advirtiendo de que el agua solo podía ser consumida, tras hervirla previa sedimentación. El depósito del Fuejo se abastecía directamente del río.
La fisonomía de la villa era muy distinta de la de ahora, más aldeana, más pobre. La gasolinera estaba aún situada en el medio del Corral. No había ninguna norma que regulase la circulación o el estacionamiento,. Por la Calle Mayor circulaban los coches e incluso una línea señalaba la posibilidad de aparcar en uno de sus lados. Los sábados, el caos era total.
Por el concejo
-¿Puede llévame a Llamas del Mouro?
-¿A Llamas? ¿Está usted loco o qué?
Y es que en aquellos años de finales de la década de los setenta, los taxistas se negaban a viajar a numerosos pueblos del concejo dado el lamentable estado de las pistas de tierra, y eso en dónde las había pues aún eran bastantes los pueblos a los que solo se podía acceder por caminos tan solo aptos para caballerías.
Fue la época de la explosión de los vehículos todo terreno (Los Lan-Rover) en el concejo, pero no de los japoneses que después vinieron, sino de aquellos modestos, robustos, y duros en todos los sentidos, vehículos ingleses. Tanto es así que vino a darse en Cangas la mayor concentración relativa de esos vehículos que existía en España. No había pueblo en el que no hubiese al menos uno de estos vehículos. Ellos lograron la existencia de un mínimo de conexiones entre los pueblos del concejo y de éstos con la capital del mismo. La zona más afecta era la de Sierra desde cuyos remotos y casi aislados pueblos y aldeas se tardaba en llegar a la villa unas cinco horas a lomos de caballerías.
Alguien escribió que la revolución modernista llegó al concejo de la mano de la electricidad y las carreteras. Y no se equivocaba.
Y es que el consumo generalizado de la carne, aparte de salazones y embutidos, no llegó a los pueblos hasta que la garantía de la electricidad hizo que llegasen de su mano los congeladores. Ello también permitió la llegada del pescado, antes prácticamente desconocido; apareció la fruta y se descubrió el yogur. Ello, y la paulatina llegada de furgonetas con vendedores a los pueblos a medida que mejoraban las carreteras, cambió por completo el sistema alimentario de las aldeas alterando los hábitos de consumo.
Si la electrificación trajo consigo una elevación del nivel de vida y de su mano, no solos los arcones y congeladores, sino todos los electrodomésticos, también comenzaron a generalizarse los servicios y arreglarse escuelas. Se construyeron algunos colegios como el esencial de Bruelles, en la zona de Sierra, el de Rengos, o el de Obanca, para niños de pueblos alejados. La Escuela Hogar también fue determinante. La atención sanitaria sufrió un fuerte impulso con la aparición de los Ambulatorios de zona.
Podríamos concluir afirmando que en unos 30 años, de 1.980 al 2000, el concejo pasó de una economía de subsistencia a unos índices de desarrollo propios de una sociedad moderna.