Viajar sentado en la baca de Grao a Cangas o de Cangas a Rengos
FOTO. La Voz del Trubia.-Vehiculo de ALSA parado delante de la famosa y-ya desaparecida pension La Cloya en 1918.Foto de Celso Gomez-Arguelles.
Hace unas fechas, Alfredo G. Huerta publicaba en La Voz del Trubia un interesante trabajo del que hemos extraído unos párrafos que consideramos de especial interés para los cangueses.
Cuenta G. Huerta que en la segunda mitad del siglo XIX, con la construcción de las primeras carreteras por el occidente de Asturias, llegó el transporte en coches de caballos o diligencias. “Por Grao, con origen en Oviedo, pasaban y tenían establecida parada dos de estas líneas de diligencias, ambas compartían el mismo itinerario por Salas hasta el alto de La Espina, desde este punto una, gestionada por la compañía “Maurines”, se dirigía a Tineo finalizando en Cangas de Tineo, y la otra, Ferrocarrilana”, precursora del actual Alsa, seguía con destino a Luarca. Ambos viajes, en condiciones normales, tenían una duración de nada menos que… de ¡quince horas!.!
Y sigue relatando a: “Pocos años después entraron en funcionamiento los vehículos de vapor que redujeron el trayecto a “solo” ocho horas. El primer automóvil de viajeros que llegó el Grao fue en 1896. La imagen que ilustra este trabajo, obtenida en 1918 por el fotógrafo Celso Gómez Argüelles, es de un vehículo repleto de viajeros de la línea a Cangas del Narcea, se puede observar los asientos instalados en el techo y la incómoda y peligrosa escala que les daba acceso, por su ubicación se conocían popularmente como “asientos contra viento y marea”, aún tardarían años en quitarlos. Está aparcado delante de la famosa Fonda La Cloya, establecimiento de gran prestigio en toda Asturias.
Autocares con baca adaptada para los viajeros, tal como el de la foto, aunque ya “modernizados” siguieron circulando por el concejo cangués, y hasta al menos el inicio de los sesenta lo hacía el que efectuaba la ruta de Cangas a Rengos. “Por aquellos años, me entusiasmaba ir en la baca”, me cuenta mi mujer, Maribel. “Cuando llegábamos de Madrid, lo cogíamos en Casa Secundino e íbamos hasta La Casilla, de dónde salía el camino a Larna; allí bajaban a recogernos con las caballerías para poder subir el equipaje”.
Y me cuenta la aventura que para una adolescente que venía de Madrid suponía el viajar sorteando las ramas de los árboles que caían sobre la estrecha carretera, iniciado ya el verano, a la vez que te sujetabas con fuerza a los bancos de madera para no caerte. Y todo ello entre chillidos de unos y bromas de otros. Parecidas circunstancias se daban en las líneas que transitaban hacia Cibea o Tebongo. Ésta, aunque ya sin asientos en la baca, llegó hasta mediados de los setenta.
Otros tiempos, otras gentes