Los cordones de los zapatos y la rueda de la vida

Los cordones de los zapatos y la rueda de la vida

Estaba a punto de sonar la una en el reloj de la basílica canguesa. Un sol tibio y vergonzoso se asoma al Narcea sin querer saber nada del Cascarín al que condena a ser umbría durante gran parte del año.

Repitiendo un rito que no solo yo práctico, crucé la Plaza de la Oliva pausadamente para asomarme desde la zona almenada al río, Ambasaguas y el Cascarín. La helada aún permanecía en todo su entorno y no debía de ser nada fácil el subir. Contemplé el discurrir del agua, a algún que otro cangués caminar rápido por la pasarela, a los que con más rapidez cruzaban el puente colgante, y a los vehículos que, abajo, en la carretera de Rengos, iban y venían.

Tras unos diez minutos de relajada contemplación, emprendí el camino de regreso. Pero algo llamó mi atención. Con gran dificultad, un hombre, bastante mayor por su apariencia y dificultad de movimiento, intentaba sentarse en uno de los poyos de la fachada de la basílica. Trastabilló equilibrándose al colocar su mano contra la pared. Con gran dificultad se dobló por la cintura buscando con las manos sus botas. Llevaba sueltos los cordones de una de ellas y ese era su problema al caminar, se enredaba en ellos y perdía el equilibrio.

Me quedé mirando, el hombre no lograba atárselos

Una mujer de mediana edad que pasaba se acercó:

-¿Qué pasa Luis?, ¿te encuentras mal?

-No hija no, los cordones, los putos cordones que se sueltan, no me dejan andar y no soy quién a atarlos.

-No te preocupes, quita que yo te los ato.

 Y la mujer, que debía conocerlo, se agachó y se puso a la tarea.

Y otra vez, como cuando éramos niños, no sabemos ni siquiera atarnos los cordones de los zapatos.

Me acerqué hasta oír nítida la voz de Luis:

-Lo que son la cosas hija. Estoy convencido de que desde un determinado momento de la vida, al cumplir años, no vamos hacia adelante, sino hacia atrás, hacia la niñez. Y otra vez, como cuando éramos niños, no sabemos ni siquiera atarnos los cordones de los zapatos.

Y lo decía con una amplia sonrisa en sus labios.

Mientras reiniciaba el camino recordé que Xuan, nuestro Xuan, era de la misma opinión y así me lo había expresado en más de una ocasión. Llega un momento, generalmente en torno a los setenta, otras veces más adelante, afirmaba, en que muchas personas inician un viaje de vuelta al pasado. Unos en momentos puntuales y en espacios cortos es cuando comienzan a estar más presente en su memoria el ayer que los recientes días pasados. Otros lo hacen de una manera casi total y rápida. Poco a poco van perdiendo el sentido de la realidad del momento y emprenden un camino hacia el pasado que ya no tendrá retorno. Se vuelven niños, vuelven a la casa de sus padres con sus hermanos y confunden a los que a su alrededor se encuentran bien con aquellos, o con los que convivieron en su niñez.

La rueda de la vida vuelve a sus inicios en un movimiento sin fin en el que principio y fin se confunden, acaban y vuelven a iniciarse. Y otra vez tenemos que aprender a atarnos los cordones de los zapatos.

.Comparte en tus redes sociales
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin
Pin on Pinterest
Pinterest
Share on Tumblr
Tumblr

R. Mera

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.