Un paseo por los nombres del entorno berzocaniego

Diego Torres Fernández, un berzocaniego en Alcorcón, pensó que “las ganas de aventura sosiegan nuestras contaminadas mentes de ciudad ávidas y ansiosas por recibir el aire limpio de la bella comarca de las Villuercas que, sin lugar a dudas ,aportará una saludable e inolvidable experiencia a través de nuestros cinco sentidos”.

Pues dicho y hecho. En compañía de su mujer deciden emprender una ruta por el entorno de su querida Berzocana. Y nos apunta Diego que para ello no se necesita mucho: “Una mochila a la espalda, un bastón de apoyo para caminar y un buen sombrero de paja para poder protegernos del sol que, a las cinco de la tarde, aún pega con fuerza”.

Y desde aquí dejo ya la palabra, en este caso la letra, a Diego, en cuya compañía vamos a efectuar el recorrido. Cuando lo leí en su perfil me llamó especialmente la atención el preciso conocimiento de los nombres de los lugares por donde pasan. Muchos se habían perdido en los recovecos del tiempo y las ausencias, pero por su mediación acudieron de nuevo a mi mente vigorosos. Y por eso los traigo hasta aquí. Primero en el deseo de que sirva a otros muchos berzocaniegos para recuperarlos y, seguidamente, para que los aprendan los más jóvenes:

“Salimos de nuestro hermoso pueblo, Berzocana, por la calle del Molino del Aceite, frente al Cerro de las Viñas. El constante tintineo de las campanillas de las ovejas llega a nuestros oídos a pesar de encontrarnos a una distancia considerable de ellas. Cuando llegamos a su altura comprobamos cómo pastan sobre la fresca y verde hierba que crece con fuerza tras una primavera repleta de lluvias. Más adelante dejamos a la derecha la calle de los Burros Muertos. Avanzamos dirección a la ermita de la Concepción y llegamos al pozo de la Trasoná. Frente al pozo, una pila de granito que era utilizada como bebedero de animales, imperturbable al paso del tiempo. A escasos metros se encuentra la Ermita de la Concepción, lugar de culto religioso en el que los vecinos comparten una gran devoción”.

Y un apunte que yo había perdido:

“Antiguamente, el portalón de la ermita sirvió de cobijo a los quinquilleros que llegaban al pueblo para ganarse la vida reparando con estaño calderos, pucheros, sartenes y otras cosas. Aún recuerdo cómo en los duros inviernos ponían sobre los arcos sus lonas y mantas para protegerse del frio”.

Sigamos con el recorrido:

“Seguimos caminando y comenzamos a bajar por los Escoriales, terreno árido y seco donde el sol campa a sus anchas, favoreciendo a las innumerables familias de lagartos, langostas, lagartijas y culebras, que a nuestro paso corren en busca de refugio bajo grietas y agujeros que se abren paso sobre el terreno. Siempre que paso por este lugar vienen a mi mente recuerdos de mi juventud, cuando junto a mis hermanos nos levantábamos a las seis de la mañana para ir a la majá de tío Manuel y tía Modesta, para que nos entregara la leche recién ordeñada de las cabras y poder venderla en nuestra casa. Solo lo hacíamos en verano, cuando llegaban las tan ansiadas vacaciones escolares y teníamos tiempo para ayudar en lo que buenamente podíamos. Las ganancias eran, pero era necesario sacar algunas pesetillas para poder salir adelante.

 Por entonces corrían los años cincuenta y, a pesar de no pasar hambre, sí que había mucha necesidad. Mi madre amasaba ocho panes y una bolla para una semana en el horno de tía Bienvenida y ésta nos decía que lleváramos unas patatas para asarlas en el rescoldo que quedaba de quemar las jaras. Con un poco de sal estaban para chuparse los dedos. Cuantos recuerdos buenos de esa familia, de esos vecinos que siempre nos han ayudado en lo que hemos necesitado.

Continuamos por la bajada de los Escoriales y llegamos al rio de Mingo Sancho. El agua corre cristalina por entre los canchos, procedente de los inagotables manantiales de la sierra. En sus, rodeados de berros, juncos, margaritas y zarzales, se posan mariposas y libélulas. Un ruiseñor camuflado bajo el puente, pone música de fondo engullendo tus sentidos y rodeándolos de una hermosa naturaleza. Cogemos la carretera de Garciaz, conocida antiguamente como camino de Trujillo, que nos llevará al destino elegido: Puente romano Mojea. Enfilamos la bajada y dejamos a la derecha el camino de la Dehesilla. A la izquierda podemos divisar un paisaje espectacular, un valle verde y florido donde cabras, ovejas y un par de preciosos caballos, pastan a sus anchas. A la derecha, cogutas y chilrrieras, con su vuelo entrecortado, canturrean sobre encinas y paredes.

Llegamos al puente Mojea sobre el rio Berzocana. Este puente, según relatan algunas personas, podría ser tan antiguo como los restos hallados en el poblado y necrópolis de Valhondo, cercano a este punto, en el cuál mi padre tuvo la fortuna de trabajar durante una buena temporada, empapándose de ese halo misterioso que siempre ha caracterizado a ese lugar y proveyéndole de conocimientos hartamente complicados de recibir en aquella época. Se cree que el puente pudo prestar un excelente servicio a los pobladores en épocas de elevado caudal por las insistentes y continuadas lluvias acaecidas en la zona. De apariencia robusta, fue construido con grandes lanchas de pizarra y, en su base, con numerosas piedras de cuarzo que facilitaban el paso continuado de carruajes, personas y ganado. Consta de tres ojos y el más pequeño data de la época medieval, diferenciándose claramente de los otros dos por su llamativo arco apuntado, proveyéndole de un soporte mucho más robusto y firme. A escasos metros del puente se encuentra el charco Pinito, donde tantos buenos recuerdos he conseguido retener a pesar del inevitable paso del tiempo y de los años. En esos días calurosos de verano que azotan la comarca, solía bañarme con mis amigos, compartiéndolo con ranas, peces y culebras de agua. Según cuentan las generaciones antiguas, se llamó el Pinito debido al ahogamiento de un chico que era apodado así. A raíz de aquella desgracia se quedó para siempre con aquel nombre, imperturbable al paso del tiempo.

Una vez hemos llegado a nuestro destino, es hora de disfrutar de un merecido descanso. Nos sentamos sobre la pared saliente del puente y enseguida nos sentimos invadidos por el silencio, solo interrumpido por el correr del agua bajo nuestros pies, deslizándose suavemente por entre las piedras salientes. También llega hasta nuestros oídos el alegre cantar de los pájaros, ajenos a la barbarie inmunda que asfixia nuestro planeta poco a poco hasta su inevitable ahogamiento. Miramos a nuestro alrededor y disfrutamos del maravilloso entorno rodeados de encinas centenarias, peinadas por la suave brisa que también llega hasta nosotros. Es un buen momento para oxigenar nuestros pulmones, sentirnos libres, y fundirnos con la madre naturaleza para hacernos eternos.

`Eres puente milenario y un maravilloso monumento ganaste todas las batallas, también al agua y al viento´.

Terminado el pequeño descanso nos cuesta regresar del paraíso del que hemos estado rodeados, inmersos en un sueño del que pocos han disfrutado. Mi chica y yo estamos en la finca la Dehesa, propiedad del Ayuntamiento de nuestro pueblo. Subimos a la explanada donde se encuentra la ermita de San Isidro, una extensa pradera donde celebramos con nuestras familias y amigos la festividad en honor a todos los labradores. En esta maravillosa extensión fértil de terreno, en otros tiempos se efectuaban labores de trilla de diferentes cereales. Recuerdo alguna ocasión en la que trillé con los burros.

Miramos el reloj y nos damos cuenta de que el tiempo ha pasado más rápido de lo deseado. El estómago, herido entre sus jugos, inteligente, empieza a gobernar en nuestro interior dictando órdenes sonoras para conseguir alimento. Empieza a picar el gusanillo y ha llegado el momento de merendar.

Dejamos deslizar la mochila sobre el frescor del manto de la pradera y, tras sacar el pan, el chorizo y una buena cuña de queso de los Calabrias, se levanta la navaja victoriosa para entrar a matar y ponerse manos a la obra. A estos manjares los acompaña la bota de vino y el agua para mi mujer. No echamos en falta nada, todo lo que necesitamos está en nuestro poder y solo queda disfrutar de un inolvidable momento que, desgraciadamente, nunca volverá. Cada momento es único e inigualable, y por mucho que intentemos imitarlo en otra ocasión, no será lo mismo.

Tras disfrutar de semejantes manjares nos ponemos en marcha y partimos de vuelta dejando atrás San Isidro y cruzando nuevamente el puente Mojea. Regresamos embargados por el buen momento que hemos pasado en este maravilloso lugar que continua inalterable al paso del tiempo dejando entrever su belleza a todo aquel que lo visita. Nos enfrentamos a la subida de la carretera hasta llegar a Mingo Sancho. Decidimos continuar por el asfalto debido a la dureza que nos marca la subida a los Escoriales . Pasamos por la era de La Martina , los cercados de Demetrio y de la Viuda. Llegamos al Corral del Concejo y decidimos hacer una parada para poder disfrutar del bonito paisaje que nos presenta el Cogorro, con los castaños en flor y el escabroso camino de El Pizarral, la Casa del Cura y de La Médica derruida ya por el paso inexorable del tiempo.

Como nos queda tiempo hasta que anochezca, cogemos el camino de Las Pasaeras y llegamos al rio donde en tiempos pasados lavaban la ropa algunas de nuestras madres. Ponían unas lanchas de pizarra y sobre ellas refregaban las prendas con jabón casero. ¡Que fatigas pasaban para salir adelante!¡Eso no está escrito!.

Cruzamos el rio por el puente y subimos otra cuestecita hasta llegar a la Fuente del Venero donde disfrutamos del frescor que nos brinda la magnánima sombra de los castaños. Aún guardo en mi memoria las idas y venidas a ese lugar de jovencito, cuando iba en verano con el barril a cuestas para poder disfrutar del agua fresca que nos brinda. Por entonces no habían llegado las neveras a nuestras cocinas, ni el agua corriente, ni los enchufes. Tampoco el cuarto de baño. ¡Tiempos duros! Pero teníamos algo que hoy ha desaparecido y eso nos hace grandes y únicos. Teníamos la lumbre donde cocinábamos en el puchero de barro un cocido que se hacía lentamente al fulgor y al ritmo que marcaba el fuego. También se hacían las migas, las sopas de patata, de tomate y claras; el huevo frito con patatas y algún torreznillo los domingos. También un cuartillo de vino del bar de tío Manuel “Sena”.

Terminada la ruta regresamos a casa subiendo por El Mentidero y llegamos a la calle Balcones, 75. Hemos disfrutado de una tarde maravillosa en plena naturaleza. Por favor, respetemos y cuidemos la naturaleza. ¡Es tan bonita ¡”

Junio de 2019

Hemos querido dejar el artículo sin fotos de modo que cada lector recre los lugares que se mencionan tal cual los guarda en su memoria, sea ésta lejana o actual.

Nuestro agradecimiento a Diego

NOTA:

María Jesús Peña nos envía una nota complementaria que por su interés añadimos.

La subida desde la Puentes Mojea hasta llegar al rio Mingo Sancho se llama “La Cañá la puente”, lugar en el que  hace tanto frio en verano que en el mes de julio, cuando se trillaba en la “Era la puente” como se llamaba antes, por las mañanas estaba helada. Yo misma trillé en esa era

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R. Mera

Un comentario en «Un paseo por los nombres del entorno berzocaniego»

  1. La subida desde la puentes mojea asta llegar al rio Mingo Sancho se llama la caña la puente que hace tanto frioen verano que en el mes de Julio cuando se trillaba enla Hera la puente como se llamaba antes por las mañanas estaba helada yo también trille en esa hera

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