¿Se canta, se reza o se da con la cabeza?. Una Nochebuena bien cantada
A todos aquellos que de una u otra forma supieron mantener y trasmitirnos las tradiciones navideñas en la esperanza de que nosotros sigamos su camino. Navidades de 2020
Un tanto a hurtadillas me asomé a la puerta de la calle. Apenas se oía ruido alguno. Ladró un perro y, como saltando por encima de los tejados en semipenumbra, me llegó el sonido rítmico de un almirez. El reloj de la torre cantó pausado las nueve de la noche.
Hacía un frío de mil demonios y me refugié en el pequeño saloncito al que calentaba un buen brasero de picón colocado en su lugar bajo la mesa camilla. Le di un buen meneo con la badila. Mi madre brujuleaba por la cocina entre cacharros y por allí andaba también mi hermano Miguel entreteniendo a Fulgencio que debía de andar por los cinco o seis años. Mi hermana andaba de villancicos por la calle con sus amigas.
No hacía mucho tiempo que mis tíos “Los Meras”, Lorenzo, Fulgencio y José, habían estado en casa con sus cantares y sus villancicos cumpliendo una tradición que yo conocía de siempre. Primero acudían a ver a su madre, mi abuela Juana, y cuando ésta faltó a su hermana Inés, mi madre.
Esta noche es Nochebuena/y mañana Día del Niño, que nos saque nuestra madre/ mucho vino, mucho vino; cantaban entre risas. No varió mucho el villancico con el paso de los años pues cuando faltó la abuela cambiaron el “nuestra madre” por “nuestra hermana” y todo siguió igual. No faltaban en su repertorio “La tres borrachas” “En un portalito churro” o “Ardía la zarza”.
Vi que mi padre se colocaba un chaquetón y, con un tanto de disimulo, quizás para evitar la posible regañina de mi madre, sacó una melódica del cajón del mueble del salón guardándola bajo el citado chaquetón. Recordaré aquí, aunque ya lo he hecho en numerosas ocasiones, que mi padre era organista
-¿Está la bandurria afinada?
-Sí, contesté presto levantándome.
-Pues andando que nos vamos.
Había llegado el especial momento Nochebuena. No solo podía salir de casa ya bastante anochecido sino que se adivinaba ronda de aguinaldos y villancicos a granel.
-¡Y a ver si venís a tiempo para la Misa del Gallo!, advirtió mi madre desde la cocina que, aunque no decía nada, nos conocía lo suficiente para saber que dada la noche que era, nosotros saldríamos a regocijo. Ella cantaría después en familia, tras la cena, cuando mi padre se ponía al armonio, algo con lo que, al igual que nosotros, disfrutaba muchíssimo.
Advirtamos aquí a los lectores más jóvenes que eran muchas las casas, incluida la nuestra, en las que no se cenaba hasta pasada la Misa del Gallo, algo que no sé por qué extraña razón se denominaba “Hacer Pedro López”.
Quizás venía derivado de que Nochebuena era día de Vigilia y no se podía comer carne. De ahí que se esperase a que pasasen las doce y, al ser ya Navidad, aquella se rompía. En otras, donde sus moradores habían trabajado en el campo o las normas y costumbre religiosas eran más laxas no se hacía así; y ello pese a la vigilancia que Iglesia y Estado efectuaban al respecto.
El bar de Demetrio, en la Plaza, estaba animado. Grupos canturreando o en animada charla en una u otra mesa y la barra al completo. Enseguida me di cuenta que mi padre no había salido de casa al buen tuntún, sino que todo estaba programado. Me di cuenta al ver el gran alborozo con que nos recibieron Juan y Carlos Hidalgo, Alfonso Rubiales,(que había venido desde Logrosán donde ejercía de médico), Luis y Antonio Sanguino,(aunque este era su segundo apellido, así se los conocía) Julián el de tío Florián, Manolo Mariscal, y algún que otro cofrade de correrías de mi padre.
Me incorporé al grupo de los más jóvenes en el que estaban los hermanos Fulgencio, Consuelo, Juan y Carlos Hidalgo, y a su rebufo Isabel, otra hermana que no dejaban en paz a la pequeña zambomba que portaba. No tardaron en llega Miguel Esquelina, Pedro Tarata, Pablo Chichas y otro alguno más todos, al igual que los mayores, provistos de los adecuados instrumentos para la ocasión: un par de zambombas, una pandereta, botellas de anís vacías, almireces, tapaderas…. Un poco más allá alrededor de una mesa canturreaban mis tíos los Meras, su cuñado Amalio que, aunque vivía en el campo no se perdía estas fiestas, y el primo Antonio Paturrro que se había unido a ellos. La letra de sus villancicos no era muy ortodoxa, pero ellos se divertían de lo lindo y nunca su intención fue irrespetuosa.
Iban caminando/ cuando se encontraron/ un charco de vino/ y se emborracharon,/ son palabras santas/ dignas de adorar/, antes de las doce/ a Belén llegar/
En otra mesa, Juan Pajarino, Isaías, Pacorro, Pepe Merino, Juan Ramono, Nicanor Sopinas y algunos más, también canturreaban sopesando el coger una arroba de vino para irse de villancicos
Cuando los mayores del grupo se tomaron un par de vasos de vino, Antonio dio la orden de preparase, orden que enseguida extendió a nosotros. Formamos un gran grupo alrededor de la barra y preparamos instrumentos. “En un portalico churro” dijo Antonio a los más cercanos. He de señalar aquí que Antonio hablaba muy rápido y en su precipitación pronunciaba mal, acortando unas terminaciones o montando sobre la una el inicio de la siguiente palaba. Pero no había que preocuparse, Antonio manejaba con gran maestría un especial lenguaje de signos que todos sus amigos entendían y que nos trasmitían a nosotros.
Mi padre me dio el tono con la melódica. Un, dos tres..
En un portalico churro, cubierto de telarañas/ parió la Virgen María,/ al redentor de las almas
Antonio se volvió al coro, puso cara de lástima y se pasaba los dedos abiertos de los ojos a la barbilla. Cargando convenientemente la voz en la primera sílaba continuamos
Prooobecita Virgen/ vaa pisando nieve/ poodiendo pisarrr/ roosas y claveles
Rápido se volvió Antonio. Con las palmas abierta hacia arriba y agachándose levemente comenzó mover los dedos muy rápidamente llevando los brazos de abajo arriba. Y allá que fuimos
–Y ardía la zarza, y la zarza ardía, y no se quemaba, la Virgen María…
Antonio, reforzado por los gestos de mi padre, intentaba que no nos desmándesemos, que la canción requería pausa y solemnidad
…yyyy noooo seee queeeemabaaaa laaa Virgen María.
Antonio nos pautaba la correspondiente repetición
-Y ardía la zarza, y la zarza ardió, y no se quemaba el hijo de Dios. Yyyyy noooo se queeeemabaaaa, el hijo de Dios.
-¡Vamos a ver a la tía Rosa!, gritó Fulgencio
Y disparados salimos la grey infantil que, una vez en la calle, nos agrupamos para esperar a los mayores que apuraban sus vinos.
La tía Rosa era Rosa Hidalgo. Vivía en una gran casona en la misma plaza y era tía de todos los Hidalgos. Era propietaria de fincas y alcornocales y tenía criadas y jornaleros. Fulgencio vivía con ella y era como su hijo ya que estaba soltera.
Hacía allí caminamos cantando
Dulce Belén,/ hoy luce el día de tu gloria,/ dulce Belén/. En ti ha nacido el Sumo Bien/, y tus fulgores celestiales/ traen la dicha a los mortales! Dulce Belén.
No habíamos aún terminado cuando de la cercana casa de las “titas”, Amelia y María Josefa, solteras, ya mayores y conocidas también como “Las pelonas”, salió tío Obispo llamándonos
-Hombre Ramón, ¿de dónde sales?, le interrogó Manolo Mariscal
-De ver a mi madrina y a la otra madrina, explicó entre risas dando a entender que aunque la madrina fuese una, en la práctica lo eran las dos. Puntualmente cada Nochebuena acudía a felicitarlas.
-Ramón, cántanos los Campanilleros
No se hizo mucho de rogar. Rápidamente hicimos corro a su alrededor. Tío Obispo, se echó un tanto hacia atrás, dio seriedad a su rostro, levantó la mano derecha en ángulo a media altura y entornando los ojos, tal y como si estuviese oficiando en el cargo eclesial que le daba el mote, se arrancó
-¡Ayy, ay…ayyyy, aay.. ayaaa!
En la noche de la Nochebuena/bajo las estrellas por la madrugaaa/los pastores con sus campanillas/adoran al Niño que ha nacido yaaa/…
Se tomó una pequeña pausa, subió los dos brazos a la altura de la cabeza y aumentó la solemnidad de su interpretación. Y con gesto de total arrobo siguió
Y coonnnn devociioooon/van tocando zambombas panderos/cantándole coplas al Hijooo de Diosss/ al Hijooo de Diooosss…
Le interrumpimos con nuestros aplausos y vivas mientras él sonreía consciente de su importancia en esos momentos.
-¿Dónde vais tan bien preparaos?
– A casa de mi tía Rosa, ¡vente!, dijo Fulgencio.
-Vamos allá. Y Ramón se unió a la comitiva justo en el momento en que llegaba hasta nosotros un nutrido grupo capitaneado por tío Juan Luís Torres que le daba con fuerza a una gran zambomba de piel montada en corcho rematada por un buen gamonito. Un muchacho, portando un cacharro con agua en el que Juan Luis se mojaba la mano, no se apartaba de su lado.
Los pastores son, los pastores son/ los primeros que en la Nochebuena /fueron a adorar, al Hijo de Dios./ En el mundo reina la alegría ha nacido Cristo…
Nos unimos todos en una sola voz dándole con todas nuestras fuerzas a los instrumentos formando gran bullicio. Acabado el villancico, tío Obispo propuso ir a cantar uno a “las Titas” que aún permanecían en la puerta curioseando lo que por allí ocurría. Formamos un corro bordeando un altillo conformado por lanchas que delimitaba la entrada
-Alegría, alegría pastores/que ha nacido Jesús en Belén,/ con sencillos cantares de amores,/ le daremos feliz parabién/. Con sencillos cantares de amores, le daremos feliz parabién.
Pararon los instrumentos y tan solo se oye la voz de la más pequeña de los Hidalgo
-Saludemos al Niño inocente/ que ha nacido en un pobre portal./ Es el sol que brillando en Oriente/ con su lumbre nos viene a salvar./ Es el sol que brillando en oriente,/ con su lumbre nos viene a salvar
Y entramos todos impetuosos con voces e instrumentos:
-Alegría, alegría pastores/que ha nacido Jesús en Belén…..
Nos fuimos retirando sin dejar de cantar y así llegamos a las cercanas y grandes puertas de la casa de Rosa Hidalgo que tenía balcones y ventanas a la Plaza y la Calle Honda, siendo la entrada por la actual Calle San Fulgencio como sigue estando.
-Fulgencio dio unos fuetes aldabonazos y lanzó el preceptivo llamamiento
-¿Se canta, se reza o se da con la cabeza?
Era ello preceptico por cuanto podía darse el caso de que en una casa hubiese muerto alguien recientemente, en cuyo caso te contestaban “se reza”. Se recitaba un Padrenuestro y los aguinalderos marchaban. Si no tenían ganas de murga alguna te soltaban: “se da con la cabeza”, con lo que el grupo se largaba. Y por último, el más deseado por todos: “se canta”, entonces se pasaba y se procedía
Debían de estarnos esperando por cuanto las puertas se abrieron de inmediato y apareció la Mariquilla, una de las muchas que allí trabajaban (“servía” se decía entonces) que contestó sonriente dándonos paso.
-Se canta, se canta
Entramos en tropel haciendo sonar los instrumentos de percusión un tanto descontroladamente pero con gran entusiasmo.
La Mariquilla nos hizo girar hacia la izquierda y accedimos a la gran cocina de cuyas paredes colgaban grandes sartenes, barreños de cobre, calderas de hierro, potes, cazuelas y decenas de utensilios de todo tipo y tamaño. Siempre me llamó mucho la atención esa cocina. Allí nos esperaban Rosa y Amelia Rubiales, madre de mis amigos “los Hidalgos hijos” que eran una montonera. En la gran chimenea ardía un fuego vivo y alegre
–Camina la Virgen pura/ huyendo del rey Herodes/ y en el camino encontraron/ hambres, fríos y calores./ Y al Niño Dios llevan/ con mucho cuidado/ porque el rey Herodes quiere degollarlo/ porque el rey Herodes quiere degollarlo
Callaron melódica y bandurria y la zambomba de Juan Luis adquirió todo el protagonismo marcando el ritmo. Pese a que el villancico/romance es largo, lo cantamos en su integridad siguiendo tanto las indicciones de Antonio como las de Rosa y mi padre que nos iban adelantado la letra de cada estrofa.
Terminado éste y hecho un tanto el silencio, mi padre tomó la melódica
-Rosa, Amelia, vamos a por éste. Y marcó unos acordes dando seguidamente entrada a una melodía; hizo un gesto con la cabeza, y las mujeres se arrancaron con el villancico quizás más lírico y armonioso que yo conozca. Mi padre dejó la melódica y se unió a las voces. Tan solo Antonio y Luis les siguieron, los demás callamos bocas e instrumentos al no conocerlo.
No sé si será el amor,/ni sé si serán mis ojos,/que cada vez que te miro/
me pareces más hermosos./Más hermoso, más hermoso
Mi padre se giró hacia nosotros en plan director, y entonces todos arrancamos
¡Ay del chiquirritín,/que ha nacido entre pajas;/Ay del chiquirritín,/requichirritín,/queridín, queridito del alma./
Y volvieron los solos
A la justicia, mi Niño,/te he de acusar de ladrón;/que apenas llegué a tu puerta/me robaste el corazón./No sé si será el amor…..
Las mujeres cantaban con cierto arrobo. Años después lo cantaría con mis padres en la que fue la última Nochebuena de él. Y volví a cantarlo al año siguiente con los ojos humedecidos, y al siguiente, y al siguiente. De alguna manera ese villancico me marcó.
Y las mujeres, junto a mi padre, Antonio y Luis, se arrancaron de nuevo con otro encuadrado también en la rama de los líricos:
No sé, niño hermoso, qué he visto yo en ti
Que no sé qué tengo desde que te vi
Tus tiernas mejillas de nieve y carmín
Tus labios hermosos cual rosas de abril
Tu aspecto halagüeño y el dulce reír
Tan profundamente, se han clavado en mí
No sé, niño hermoso, qué he visto yo en ti
Que no sé qué tengo desde que te vi
No sé, niño hermoso, qué he visto yo en ti
Que no sé qué tengo desde que te vi.
Nos ofrecieron jamón, chorizo, dulces y turrón, vino a los mayores y limonada a nosotros. Para aquellos tiempos aquello era un festín en toda regla por lo escaso de los citados productos.
-Las once y media, señaló alguien. Hay que irse. Nos preparamos todos y mientras nos dirigíamos a la puerta cantamos
A Belén Pastores debemos marchar, / que el Rey de los reyes ha nacido ya. / Encima de pajas tendidito está/. ¡Ay! el pobrecito ¡cómo llorará!/ Muy fría es la nieve que cayendo está, / el recién nacido ¡qué frío tendrá!/.
Y ese frío nos dio en la cara al salir del calorcillo de la cocina. Sonaban las campanas llamando a la Misa del Gallo. ¡El último!, dijo Fulgencio.
Y mientras sonaban las campanas de fondo comenzamos a dispersarnos cantando:
Vámos pastores, vámos,
vámonos a Belén,
a ver en aquel Niño
la gloria del Edén.
Las glorias del Edén
Las glorias del Edén
Ese precioso Niño,
yo me muero por El
sus ojitos me encantan
su boquita también;
el padre lo acaricia
la Madre mira en El
y los dos extasiados
contemplan aquel ser.
Siii. Vamos pastores vamos…
Las doce campanadas del reloj vinieron a mezclarse con los repiques. Calle adelante, los ecos de la zambomba de Juan Luis se iban apagando en el frío de la noche junto al eco del almirez.
NOTA.-Aunque con algunas diferencias a la versión que nosotros conocemos aquí tenéis el villancico “No sé si será el amor”