Nos va mal, pero seamos optimistas
Han vuelto las lluvias y el dichoso bicho sigue entre nosotros. Tras una primavera que no vivimos ha pasado un verano atípico, un verano en el que los días han pasado anormalmente monótonos, llenos de añoranzas y vacíos de festejos. Todos hemos puesto nuestra mejor voluntad en gozarlos, en descansar o en folixar de una y otra forma. Y quizás por ello hemos incumplido, nos hemos confiado, y el maldito virus ha vuelto con fuerza, con nuevas amenazas de confinamientos y encierros.
Terminados los enclaustramientos nos dijeron que todo estaba superado, que salíamos con fuerza, que todo había salido bien y que habíamos actuado también muy bien desde los balcones luciendo nuestras habilidades y conocimientos musicales. Que era el momento de tomar la calle. Y allá que nos fuimos con todo: fiestas, reuniones, comidas, cumpleaños, botellones… de todo… y sin distancias, mascarillas, ni precaución alguna “Es verano, nos dijimos justificándonos y dejándonos fácilmente convencer por quienes tan solo jugaban, y siguen jugando, con sus intereses políticos.
Y todos los colectivos, empresas, comunidades, cooperativas y unidades productivas o de negocios se lanzaron a reclamar su derecho a abrir, a salir, a vender, a comprar, a circular…a trabajar. Y se inició una lucha en la que aún estamos inmersos entre la salud y la economía. Como dice mi amigo Xuan desde su cazurrería aldeana, “no sé si es mejor morirse del virus o de fame”.
Pero abandonemos el pesimismo. A lo largo de la Historia el mundo ha padecido más de una vez estas epidemias de pestes y enfermedades contagiosas y siempre ha salido de ellas. Pagando muchas veces altos precios, es verdad, pero continuando con su historia y evolución. De alguna forma, cuentan, la Naturaleza ha regulado el control de la población por sí misma con estas pestes y enfermedades contagiosas. Cuando ha intervenido el hombre ha sido peor, lo ha hecho mediante las guerras a las que, en ocasiones, han seguido las epidemias como castigo del propio medio al que agreden. Tal ocurrió al final de la Primera Guerra Mundial con la pandemia del 1918.
Hemos iniciado el otoño, y nuestros pueblos y aldeas se han vuelto a quedar silenciosos y solitarios. Se han cerrado otra vez muchas puertas y la monotonía del diario acontecer seguirá entre nieblas y el sonido continuado de la lluvia sobre los tejados pizarrosos. Sonido que parecerá aún mayor por el silencio que los envuelve. Atrás quedaron las carreras y gritos de los niños que eso sí, volverán al verano que viene buscando de nuevo la libertad que las ciudades les niegan.
Y la vida seguirá con sus vaivenes de alegrías y penas, y nosotros nos aferraremos a ella por cuanto, y pese a todo, el vivir y poder vivir es lo mejor y más bonito que tenemos. Seamos pues optimistas y demos con la puerta en las narices al dichoso bicho que, al final, y más bien antes que después, habrá de poner pies en polvorosa y marcharse por donde vino.