Luminosas mañanas con ecos de invierno
Jueves, día 6. Ha llamado el sol esta mañana a mi ventana. Hacía poco que habían sonado las ocho en el carrillón del salón comedor cuando la luz, entrando a raudales, me hizo abrir los ojos sobresaltado. Por un momento creí que me hallaba en Berzocana, en las estribaciones de la extremeña Sierra de las Villuercas, en esas mañanas luminosas en que el sol se lanza desde la veleta de la torre en busca de los encinares, alcornocales y robredales a los que va encendiendo paulatinamente.
Pero no. Me incorporé rápido y me acerqué a la ventana. El sol se alzaba majestuoso tras la alta montaña que tengo justo enfrente y sus rayos iluminaban el pueblo sacando brillos a las paredes y a los verdes. La línea de sombra se establecía a la altura de la carretera de Rengos y, lentamente, se encogía hacia el Este a la vez que ascendía ladera arriba de la otra vertiente hacia el Oeste.
Era Asturias en una de esas mañanas bellísimas pero poco frecuentes. Me incorporé rápido y desayuné un tanto también más rápido de lo normal. Rápidamente y bastón en mano, presumiendo de andarín, me lancé por mi habitual camino. En un silencio absoluto mis pies levantaban suavemente el polvo. Por algo los pisanos comienzan ya a quejarse de la sequía. Sonaban el agua cantarina en la Cueta. Luce más el agua en estas mañanas que en las de niebla y orballos. Mojé las manos en su frescura y me atusé el pelo que, por otra parte no necesitaba nada de eso. Cruce el pequeño regato pisando sobre las piedras a tal fin colocadas golpeando el agua con el bastón. Se oían los pequeños golpes como si fueron porrazos.
Dejé que la vista se abriese hacia todos los puntos cardinales. Las montañas se recortaban sobre un horizonte azul nítido. Las arboledas parecían más verdes. Abajo, hacia la Vega, algunos prados ya apuntaban los pardos de la seca. Me dicen los paisanos que los ríos están muy bajos. Estamos en Agosto y es lógico, por algo se dice que en estas fechas su caudal se agosta. No obstante los regatos y riachuelos se mantienen aún vivos y cantarines.
Un poco más delante un par de vacas (de las pocas que quedan en la aldea) braman requiriendo quizás la presencia del dueño que las lleve al agua o a mejores pastos. Es el único ruido que rompe la mañana.
Estoy seguro de que muchos de nuestros convencidos del Suroccidente estarán disfrutando al igual que yo de estas mañanas. Son las que les reconcilian con las muchos frías y nubosas, repetitiva y oscuras, del largo invierno, en las que la soledad de la que ahora algunos gozamos, por contra, a los vecinos aquí censados les agobian. Son esas mañnas, y tardes, y días y más días del año, que el veraneante de ocasión no vive y de las que se olvida cuando perorata de los bien que se vive en los pueblos sin prisas, sin móviles, sin metro ni autobuses, y sin tener que hacer todo a cerreras. Ni tan siquiera valoran las penurias del invierno y el pesado trabajo en las cuadras cuando exclaman entusiásticamente:. ¡Que buenísimos están los chorizos de la abuela!. ¡Y no digamos las morcillas de la tía!. Y quizás también olviden los muchos años que en todas y cada una de estas aldeas acumulan ya las tías y las abuelas que, miran hacia adelante y tan solo ven el vacío de las calles y el fuego muerto en las chariegas.
Disfruten de estas mañanas y feliz fin de semana