Tío FUJITO, el pregonero de Berzocana
Estábamos jugando en el descampado de Las Carretas, al final de la calle del mismo nombre, donde ahora se ubica el Cuartel de la Guardia Civil.
-¡Tío Fujito! ¡Que viene tío Fujito!, gritaba alguien apuntando con el dedo calle abajo.
Interrumpimos nuestro juego y salimos disparados hacia allá corriendo como si nos fuese en ello la vida.
Efectivamente, tío Fujito llegó justo al cruce de La Corte y Carretas, frente al poyo colocado al lado de la puerta de tío Tostao, y aguardaba sonriente a que llegásemos los muchachos e hiciésemos corro a su alrededor.
Era tío Fujito, Fulgencio Carretero García en su carné, un hombre de hablar pausado, tranquilo, afable y con la voz un tanto aflautada. Lo recuerdo siempre con un chaqueta de pana negra y un cigarrillo de aquellos de liar en la mano o colgando de la comisura del labio inferior. Tenía muy mal la dentadura y ese sigue siendo uno de los detalles que, aún con el tiempo pasado, le definen. Era soltero, y ese estado, según el mujerío de aquella época de penurias y deseos incumplidos, le definía en su forma de vestir, y quizás también en la de hacer.
Tío Fujito se quitó la boina ceremoniosamente, se llevó el dedo a los labios requiriéndonos silencio, y mientras hacía rotar la boina entre los dedos comenzó:
-Connnnpermiiiso; señoralcaaalde; sehacesabeeeer; seveeeenden; sardiiiinas; encaaasa; de CruzRiveeero.
Y es que tío Fujito era el pregonero del pueblo. Y así, de esquina en esquina, iba pregonando aquello que se consideraba necesario debían saber los vecinos de la villa.
Había dos tipos de pregones: Uno, que comenzaba con “De orden del señor alcalde” y por medio del cual se trasmitían bandos municipales o normas de obligado cumplimiento y otro que comenzaba como “Con permiso del señor alcalde” y hacía referencias a ventas o noticias que los particulares querían que el pueblo conociese, como las citadas ventas, pérdidas, tratos y otros.
-De ooorden; del señoralcaaaalde, sehacesabeeeer, quesobligatoooorio, llevaaar; lasleeenguas; delosguarrooooos; al veterinaaaario; enel ayuntamieeeento; para suinspecciónnnnn.
Pero si en Carretas nos juntábamos un montón de chiquillos, mayor era aún este número en la Plaza. Aún no estaba remodelada y por tanto no existían las escaleras. Estaba toda de tierra y las calles que la circunvalaban empedradas. Al final de la Calle del Arco (ahora San Fulgencio), y mirando hacia abajo, hacia la casa de Don Aurelio el médico, se colocaba tío Fujito; los muchachos corrían desde todos los puntos de la Plaza interrumpiendo sus juegos para, como habíamos hecho nosotros, colocarse delante del pregonero con especial atención. Tío Fujito esperaba que reinase un poco de orden, comenzaba a dar vuelta a su bilba (de boina bilbaína) y comenzaba:
-Conpermiiiisso; señoralcaaaalde; sehacesabeeeer; sehaperdiiiiido; unguaaaaarro; eeeeentre; laPlazaVieeeeeja; ylaConcepcióoooon. El que le encuentreeeee; aviiiiiise; encaaaaaasa, tíoPeeeeeedro; Paraaaaao.
En este tipo de pregones siempre había alguno que imitando a Fujto remataba:
– El que le encuentreeeee; paeeeeeel pasieeeempre
Lo que provocaba un amago del pregonero y la desbandada general.
Después de la muerte de tío Fujito no ha vuelto a haber pregonero en Berzocana. El aguacil, Juan Trincao, hizo a veces estas funciones, pero fue poco tiempo y sin el ceremonial de Fujito. Tiempo después se instaló un sistema de megafonía en el Ayuntamiento y es éste el que actualmente se utiliza para trasmitir aquellos hechos y causas que durante años fueron competencia del pregonero.
Creo que tío Fujito fue uno de los últimos pregoneros. A mediados de los años ochenta acudí a Berzocana con unos amigos asturianos, Jose Avello y su mujer Mariluz, y aún hoy es el día en que ella, me recuerda una y otra vez su sorpresa al encontrarse de frente con Fujito dando un pregón en la Plaza
-Lo veo y me acuerdo como si fuese hoy. Era un pregón para que retirasen todos los coches de la Plaza pues tenían que cerrarla para los toros.
Ya cada vez somos menos los que recordamos a Fujito, por eso quiero que estos recuerdos sean un homenaje a su persona y a la época que representó.