Nieblas sin mascarilla
Apenas sin darnos un respiro han vuelto las nieblas. Iguales a las que nos han acompañados a lo largo de todos los días de enclaustramiento. Se han venido deslizando otra vez montes abajo hasta llegar a orillas del Narcea y del Luiña. Y lo hacen en silencio, sin dejarse notar, subrepticiamente.
Ayer llegaron a rozar a los que hacen de mañana la ruta del Paseo del Vino. Uno ya tienes ganas de sol, de un sol madrugador que dé al día la luz luminosa tras las tinieblas habidas. Pero tampoco importa esta niebla templada de primavera. Es preferible cien veces a que sea ella la que te acaricie que no los que se autodenominan deportistas y se apellidan corredores aunque la gran mayorcita no sean nada más que trotones de ocasión.
No han entendido, o no han querido entender, el consejo de que deben de intentar correr por espacios abiertos, por aquellos en que no hay mayores ni niños paseando como sí hacen profesionales y semiprofesionales, incluso muchos aficionados conscientes. Te adelantan rozándote, casi instándote a que te apartes, y notas sobre tu cogote la respiración jadeante que pasa arrojando cientos de esporas y partículas contaminantes o no, vete tú a saber.
Y mira tú que por estas latitudes hay lugares más que abundantes para correr que no sean los habituales de paseo de muchos vecinos. ¡Pues nada!. Mañana y tarde, los trotones te adelantan y te cruzan sin miramiento alguno. Y lo digo así porque prácticamente el cien por cien van sin mascarillas. ¡Con ellas se respira mal!, argumentan a aquel que se las requiere; hacen un gesto despectivo y siguen adelante.
Es curioso que en estos días tras el desconfinamiento no pasen corriendo los que desde hace ya bastante tiempo venían siendo habituales. Esos deben de estar cumpliendo las normas. Los de ahora deben de ser de nueva hornada pues no creo fueran habituales de otros tramos y ahora, de repente, hayan optado por el más transitado de los paseos y por aquellos lugares cangueses de los habituales de sus vecinos.
A la vuelta, ya por la acera de Santa Catalina, la cosa se complica. Amén de los que se dirigen o vuelven del paseo, pasa gente de camino o vuelta del Hospital o Centro de Salud. Son los menos los trotones que salen a la calzada, pasan rozándote tan tranquilos. Las distancias de seguridad se rompen por completo.
Sería preferible que la niebla, que ya ha dejado visible las casas de Llamas, baje hasta la villa y fuese ella la que nos rozase o nos dejase su aliento húmedo y silencioso en el rostro.