Enclaustrados X.- Nueva semana
Lunes 22.- Me cuenta Xuan cargado de ironía como a lo largo de la semana pasada han aumentado las cabañas ganaderas de muchas aldeas.
-No sabes tú muy bien la cantidad de paisanos que llegan cada día a una y otra para atender al ganado, ganado que ni existe ni existió hace ya muchos años. Han encontrado una excusa perfecta para ir y venir todos los días saltándose las normas, me cuenta por teléfono. Por cierto que los fijos, me refiero a los teléfonos, que ya teníamos olvidados, han vuelto a tomar protagonismo. Y se cabrea Xuan porque Iglesias y Sánchez no guardan la cuarentena a la que les obliga su situación y, dice, “nos piden sí o sí a los demás”.
Ha pasado lento y monótono el no fin de semana. El sábado pasado, día 14, escribí el primer artículo de este enclaustramiento. Ya nos han anunciado que nos quedan al menos quince días más por delante, pero no debemos desanimarnos pese a que en algunos momentos, oyendo informes e informaciones de todo tipo, nos entre el decaimiento y la preocupación intente condicionarnos. Si la salud me respeta yo seguiré desde aquí, en mi modestia, estando con todos.
Lo he leído estos días en algún sitio, aunque no me acuerdo donde, que: “las peores epidemias no son biológicas, sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor de la sociedad: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad. Pero también emerge lo mejor. Siempre hay justos que sacrifican su bienestar para cuidar a los demás”.
El cielo parece haber puesto cortinas de gasas en torno Cangas. La neblina quita los colores a la primavera.
Leo en el periódico que los albergues caninos de Salamanca se han quedado sin inquilinos. Perros de ocasión para salir a la calle, después seguro que quedarán abandonados a su suerte en cualquier lugar. Es la prueba de lo que antes señalábamos con respecto a la moralidad.
Ya les hablé de Bocaccio y su libro el Decamerón surgido en un encierro determinado por la peste. Hoy me viene a la memoria La Peste, de Albert Camus, publicada en 1947. Narra los estragos de una epidemia que causa centenares de muertes a diario. La propagación imparable de la enfermedad empujará a las autoridades a imponer un severo aislamiento. Todo comienza un dieciséis de abril. En esas fechas, Orán es una ciudad con una vida frenética. Casi nadie repara en las existencias ajenas. Sus habitantes carecen de sentido de la comunidad. No son ciudadanos, sino individuos que escatiman horas al sueño para acumular bienes. “La prosperidad material siempre parece una meta más razonable que la búsqueda de la excelencia moral”. ¿Les suena?
Doce y media. Sol y nieblas continúan su lucha por imponerse el uno sobre el otro. Ya estamos en 15 grados
Paciencia y feliz jornada