ENCLAUSTRADOS IX.- Desganas y radio
Día 22, domingo.- Está muerto mi pueblo en esta mañana de domingo. Ni siquiera aquellas mañanas de Viernes Santo de los años cincuenta, plenas de soledad y silencios, son comparables a esto. El ambiente se adivina plomizo de sentimientos y se intuyen caras expectantes tras visillos, cortinas y cristales. Aplasta el silencio. La niebla pretende envolver a la villa y el termómetro marca diez grados primaverales, de una primavera ausente hasta en los sentimientos.
Me asomo desganado a la ventana. Un conocido cangués, que ya ha dejado atrás los noventa, pasa por la acera de enfrente arrastrando los pies camino del Parque. Colgado al ll.ombo lleva el paraguas y en la mano izquierda un bastón. De la derecha pende una desvaída bolsa de plástico que se adivina vacía. Camina muy lento mirando a derecha e izquierda. Un buen rato después volvió a pasar en dirección contraía con la bolsa igual de flácida que la ida.
Una joven con un perro y poco después un asiduo que, diariamente, más o menos a la misma hora, camina en dirección centro. Lo hará de nuevo hacia las doce y un par de veces más por la tarde. Camisa y chaleco bien podían pasar por la bandera de cualquier país americano por sus colores. Incluso camina un tanto desafiante.
Inicio la mañana desganado de tareas. Me dejo oír oyendo la radio que, con alivio por mi parte, se aleja un tanto de la abrumante información sobre el virus, muertes, ingresos, demandas, falta de material, insolidaridad de determinados estamentos vascos y catalanes, impaciencias, miedos….
Es nulo el movimiento de vehículos. Durante un largo trecho de tiempo la calle queda en suspenso de ruidos y paso alguno de ser viviente. A cada vuelta de mi paseo, miro por la ventana de la cocina. Niebla y silencio. Estoy convencido de que los cangueses, prácticamente todos, están cumpliendo. Nos queda algún listo o enteradillo que se cree más listo que nadie: los de los pueblos y los perros, o los y las de las bolsas como pretexto de mañana y tarde, pero son los menos. Pasa el perro amarronado de todos los días. Es un perro que le entra el apretón en Santa Catalina y se alivia en La Cortina. Y eso al menos tres veces al día.
A las guardias del Hospital llegan las empanadas de Manín. Apoyo y solidaridad en sustanciosas especies. Los plausos llegan cada anochecer, creo que aumentan día a día. Por cierto, mientras los de anoche recorrió la acera con su andar desafiante el amigo de los colores chillones. No creo que sea consciente de lo que hace, no lo encuentro sentido alguno.
He terminado mi paseo. La maña sigue avanzando con lentitud. Me pongo a leer la prensa virtual y, tras el café de las doce y media, comienzo a pergeñar estas líneas. Hoy Maribel ha tomado el relevo en la cocina.
Se va a hacer larga la tarde. Lectura, tele, algo de Internet, teclado…
En las ventanas, el cantar de los pájaros me llega desde múltiples lugares
Paciencia y feliz jornada
👍🏻👏🏻👏🏻👏🏻