ENCLAUSTRADOS V. Tiempos recios
Miércoles, día 18. Calos Alsina me despierta a las seis de la mañana. O lo que es lo mismo, el coronavirus, elemento informativo casi único. Me dejo llevar entre la duermevela y la información.
Anoche sí sonaron los aplausos en el barrio. Llegaban fuertes de Lorenzo Menéndez, de Clarín y de la misma Uría. Maribel se asomó dándole a las castañuelas y quizás ello animó a unos y otros. Calle arriba comenzaron a sonar otras. Comenzaron también a abrirse ventanas y a iluminarse salones y cocinas. Los aplausos fueron subiendo.
Mario Vázquez me explica vía Internet el porqué de aquí suenen menos que en otros barrios.
-Es que no tenéis en cuenta que las monjas son de clausura, son las que más espacio ocupan y no salen a aplaudir, tenéis que animarlas que ventanas tienen un montón. Pues puede que sea eso.
Pensando lo de los aplausos y cánticos desde los balcones, me viene a la mente la labor callada de los empleados de las grandes superficies, de los comercios de comestibles y artículos de primera necesidad como las farmacias. Tienen que aguantar mucho en estos días de histeria y de miedos reprimidos, sobre todo los empleados de los supermercados.
Algunas llevan muy mal las mascarillas, sienten sensación de ahogo y les lleva a acumular tensión. Y a ello se une la poca educación o el acendrado egoísmo o personalismo de unos pocos.
-Me ponen de los nervios, especialmente esas mujeres ibuprofenizadas que entran sin miramiento alguno, se saltan las colas y se acercan a unos y otros a charlar, incluso con las cajeras.
-También sigue habiendo hombres que se vienen a echar aquí la mañana, vienen con la mujer y con una bolsa en la mano que ni siquiera abren. También mujeres que vienen a media mañana y a media tarde; la bolsa les sirve de pretexto, leo en el perfil de otra empleada.
Termino mi paseo mañanero, echo un vistazo a la prensa virtual y tomo los primeros apuntes del día para mis diarios en papel y en voz. ¿Y si los servidores de Internet colapsaran?, me pregunto. Entonces sí que los enclaustramientos resultarían duros, hasta la radio y las televisiones fallarían. Los más jóvenes sufrirían de lo lindo, incluso podría llevarnos a problemas de convivencia. Pero seamos positivo, eso no va a pasar.
Estamos viviendo tiempos recios nunca antes vividos por estas generaciones. Y menos mal que hemos progresado, nuestros antepasados que también vivieron pestes y epidemias, habían de cumplir cuarentenas en muchas peores condiciones, y eran cuarentenas en su estricto sentido numérico: cuarenta días en aislamiento, sin prensa, sin radio, sin televisión, sin Internet y con poco o nula comida. Nuestra comunicación con el exterior estaría totalmente rota.
Cambio de ventana y me asomo por la del salón. Los geranios están empezando florecer. Sonrío y me veo como el Papa el pasado domingo asomándose a la clásica y tradicional ventana del Vaticano ante una plaza vacía. La calle también está vacía, vacía y triste, pero es mi calle.
Paciencia y feliz jornada.