Naranjas de ilusión, un balón… y los Reyes Magos
-¡Pepe, Pepe!, ¿Qué te han traído los Reyes?
Miguel Esquelina bajaba lanzado calle abajo a mi encuentro. Yo desembocaba en la Plaza desde la calle Honda y paré sonriente. Miguel estaba eufórico. Era el día 6 de enero, no recuerdo bien si del 57 o el 58, pero por ahí le andaba.
-Este año me han traído dos.
-¿Pero dos qué?, interrogué preocupado.
-Dos naranjas Pepe, Me han traído dos naranjas. Siempre me traían una, este año……. dos
-¡A mí también, contesté jubiloso dándole una palmada en la espalda.
-¡Dos naranjas a cada uno!. Los Reyes se han pasado este año.
-Yo me la comeré esta tarde en la merendilla, la otra ya veremos, Explicó Miguel
-Yo haré lo mismo, contesté entusiasmado. Y nos la comeremos en el Pilón
–En ese momento, por la calle del Arco hizo si parición Matías, el de la Rosa Hidalgo. No es que fuera su hijo, que no tenía. Creo recordar que era austriaco y muy raro a nuestro entender. Le tenía acogido como exiliado de la Guerra que había habido en Europa y apenas farfullaba cuatro palabras en castellano. Bueno las palabrotas y los tacos se los aprendió en un par de días. Lo extraordinario es que llegaba con un balón en las manos. Un balón de verdad!. De cuero, como los de los futbolistas que venían en los cromos.
Tanto nosotros como un montón de niños que por allí correteaban y gritaban corrimos hacia él
-¿Nos dejas jugar?. Repetíamos una y otra vez gritando al unísono e intentando hacernos con el balón
Matias farfullaba en su idioma y apretaba el balón contra su pecho. Al final, ante nuestra insistencia, le dio una gran patada hacia el centro de la Plaza, entonces de tierra, y todos corrimos tras él gritando.
Nuestros partidos tenían reglas no mu ortodoxas, sobre todo, como en este caso, cuando era multitudinario y todos queríamos golpear a aquel fantástico balón. Seríamos unos veinte o más ya que, al contrario que ahora ocurre, lo importante del de Día de Reyes era correr a la calle a compartir vivencias con los demás. No había portería y todos perseguíamos el balón para darle nuestra patada, daba igual el sentido o la dirección, corríamos en manada sin orden ni concierto. No se habían formado equipos. ¡Vaya balón!. Era como si nos lo hubiesen traído los Reyes a todos los niños del pueblo.
Y habré de señalar aquí a los más jóvenes de mis lectores que nuestra idea de los Reyes era absoluta y romántica. Y lo era hasta que nos comenzaban a “malear” los mayores cuando dejábamos atrás los diez años. Nuestros Reyes eran todo imaginación. No teníamos referencias de imágenes, tan solo de alguna foto en blanco y negro recortada de alguno de los tres o cuatro diarios de prensa que entonces llegaban Berzocana. No había teles, y menos aún móviles. Y sabíamos de las cabalgatas de las grandes ciudades por la radio, Las imágenes las ponía siempre nuestra imaginación.
Pero, pese a su austeridad, la festividad de Reyes eran uno de los días más felices del año. Allá-allá con el Domingo de las
Fiestas. Un camión de madera al final de una cuerda con la que tirar de él era un regalo de los gordos. Aunque también era una mañana de muchas desilusiones, más de las que vosotros, lo que no vivisteis aquellos años, podréis imaginaos ahora. Hasta una camisa, o un jersey, podrían ser motivo de gran contento. Sí lo era si los Reyes te traían “una anguila”. Un dulce entre mazapán y bollo suizo, con fruta escarchada y una especie de azúcar blanca y brillante, con forma de pez enrollado sobre sí mismo y metido en una colorida caja redonda de cartón; la cerraba un papel transparente y sonoro que al manipularlo emitía curiosos ruidos y que, por tanto también servía parara jugar. La anguila era siempre un regalo para compartir.
Ahora, hojeando periódicos y canales de televisión, me pregunto: ¿Qué fue de los Reyes Magos?. ¿Dónde quedaron aquellos magos únicos y universales a los que tan solo se llegaba, o incluso tan solo se adivinaban, un día al año?.
Ahora, desde mediados de diciembre, la publicidad arrolla todo y sepulta gran parte de la ilusiones y de la capacidad de sorpresa de los niños. Y comienzan a aparecer “reyes” aquí y acullá; y pajes, y pregoneros y enviados, y más Reyes que llegan a almacenes comerciales, a Colegios, o a Instituciones…
Pero su imagen se debilita en la aglomeración festiva y consumista. Y de un lugar y otro, por unos u otros intereses, han comenzado a aparecer figuras más o menos navideñas, incluso que nada tienen que ver con nuestras costumbres y tradiciones, que han comenzado a hacer sombra los clásicos Reyes Magos.
Y así, a bote pronto, me vienen a la mente Santa Claus, Papá Noel, San Nicolás, y otros que desde cada región o comarca anuncia su llegada compitiendo con los Reyes y con gran cobertura oportunista:
El Olentzero (carbonero vasco); el Angulero asturiano; el Guirria. Los catalanes Caga Tió y Caganer; el O Apalpador gallego y otros.
Pero son los primeros, Santa Claus y Papá Noel, lo que están poco poco, arrinconando a nuestros Reyes y si no, al menos comprometiendo a las familias en el doble de gastos. Y además, el creer y vivir los Reyes Magos no es nada progresista (En el sentido manipulador lingüístico del término).
Quizás por ello, esta mañana he mirado con nostalgia una naranja que relucía en un frutero en casa de mis nietos.