CANGAS. HOMENAJE A LA SOCIEDAD DE ARTESANOS

El pasado sábado, día 6 de abril, la Coral Polifónica de Cangas del Narcea efectuó un homenaje de reconocimiento a la labor desarrollada a lo largo de los años por la Sociedad de Artesanos Nuestra Señora del Carmen.

Comenzó con un concierto en la Basílica con diez temas eminentemente asturianos y algunos de especial dificultad como “”El baile” o “Tengo de ponerte un ramo”. La coral estuvo a la altura. Posteriormente en el Parador de Corias tuvo lugar una cena, al final de la cual se celebró el homenaje propiamente dicho-

Muy poca asistencia pese a que la sociedad homenajeada cuenta con cerca de tres mil socios. Ni siquiera la Junta Directiva acudió al completo. La Coral entregó al presidente, Luis Tejón, un pin y un pergamino acreditativo.

Me tocó glosar a la Sociedad de Artesanos y lo hice así:

 “Buenas noches

Permitidme que me olvide de fechas, hechos y relaciones. Admítanme, admitidme, unas improntas de sentimientos cangueses recogidas algunas de un largo relato que publique el pasado año y que, creo, plasman de una mejor forma lo que es Artesanos en Cangas del Narcea y su sociedad

Desperté sobresaltado. Por la ventana no entraba ni un resquicio de luz. A tientas, y dándome algún que otro golpe, me acerqué a la cocina y cogí una vieja linterna rectangular y llena de óxido. En el mueble del pasillo había un viejo reloj despertador, de aquellos de campana, cuyo timbre no funcionaba. Miré la hora. Eran las cinco de la mañana del día 16 de julio. Me volví a la cama, pero fui incapaz de retomar el sueño. Los nervios me tenían totalmente alterado. Y es que en ese día, en ese dieciséis de julio, iba a participar en mi primera Descarga.

 

Fue en esa misma tarde del día 15 cuando mi tío Antón me llamó a voces desde el bar de Las Rubionas cuando yo salía de casa y me dirigía hacia el río donde sabía debían de encontrarse mis amigos a la caza de varas y del descubierto que pudiera dejar el revuelo de alguna falda.

Carlos!. Prepárate que mañana vienes conmigo a tirar en la Descarga.

Me detuve en seco. La mente me quedó en blanco.

-¿Qué dices? Contesté voceando aun sabiendo lo que había oído.

-¿Tas tonto o faistes?, contestó mi tío arrojando el cigarrillo al suelo con un golpe seco del pulgar sobre el mismo.

– Que mañana tiras conmigo en la Descarga, ¡atontao!, ¡que tas atontao!

-¡Vale!, gracias tío.

Corrí dando saltos hacia el río. Allí estaban mis amigos. Me faltó tiempo para darles la noticia

-¡Mañana tiro en la Descarga!.

-¿Y dónde?, me preguntó Simón.

Quedé parado. No se lo había preguntado a mi tío. ¿Dónde me llevaría?

 

Y llegó el día 16

 -Tío, ¿dónde vamos a tirar en la Descarga?

-En el Lagarón, tiramos en el Lagarón y te quiero ver allí a las siete en punto; ya te daré yo la mecha.

En el Lagarón. Me entró una especie de temblequera. Pipo me dio un empujón y me hizo volver a la realidad.

-Me voy a casa, dije de pronto corriendo hacia La Refierta y bajando las escaleras hacia la calle La Fuente a toda velocidad. ¡En el Lagarón!. Allí tiraban los mandamases de la Sociedad de Artesanos y lo más granado de la villa. Bueno y también mi tío Antón y su pandilla que siempre aparecían en todos los saraos festivos. ¡Mi primera Descarga!

 Se acercaba el momento y ya con los nervios desbocados inicié la marcha hacia el Lagarón intentado aparentar serenidad. El reloj marcó las seis y media.

Llegué de los primeros y me dediqué a dar vuelta de acá para allá intentando pasar desapercibido. Por fin llegó mi tío y sus amigos. Venían cargados de voladores. Poco a poco toda la zona se fue llenando de hombres y de voladores. Comenzó el reparto. Se daban más o menos según la categoría del tirador o su velocidad de lanzamiento, datos que los encargados del reparto conocían sin necesidad de mirar ninguna lista.

Me puse tenso. El reparto terminaba y nadie parecía acorarse de mí. Tras unos minutos que me parecieron horas, mi tío Antón se acercó a mí.

-¡A ver cómo te portas!, Sujeta bien por la carretilla y espera a que tire el volador para soltarlo, alargas el brazo y brío, saldrá solo.

Mientras me daba consejos contó del montón que portaba doce voladores

 -Para ser la primera vez, con doce tienes de sobra

Alargué la mano para cogerlos justo en el momento en que mi tío cambió de idea.

-Espera. ¡Lulo!. Toma, coge también la docena d´el mi sobrín y nos apurres a los dos.

¡Apurridor!, ¡iba a tirar con apurridor!

-Tenía la piel de gallina y me temblaba ligeramente el pulso. Tiradores y apurridores comenzaban a colocarse sobre el terreno. Nos llegó el eco del campanón. Seguidamente sonó un volador. La procesión acababa de salir camino de Ambasaguas.

-¿Cómo tas Carlinos?, me preguntó Lulo un tanto guasón.

-Jodido, toy jodido. No sé si podré tirar ni uno solo.

-Nun te preocupes ho, eso solo pasa en las cien primeras Descargas.

De pronto, el sonido del campanín de Ambasaguas apagó todos los rumores. Todos callamos. Antón me alargó la mecha encendida

-¡Sopla!, me dijo casi en un susurro

-Un volador se oyó muy cerca del puente. Yo miraba, pero lo veía todo borroso, no distinguía nada.

-¡Viva la Virgen del Carmen!, gritó mi tío soltando el primer volador.

No sé cómo ocurrió todo. De pronto sentí un volador en mi mano. Instintivamente le di fuego, lo solté y cogí otro. Sentí algo húmedo en la cara. Apenas oía los estamplidos, tan solo el zumbar de los que salían de mi mano, ahora firme y segura.

-¡Viva la Virgen del Carmen!, grité con una voz que a mí mismo me resultó desconocida. Tiré mi último volador, me encogí sobre mí mismo y metiendo la cabeza entre los brazos lloré feliz. Sentí un golpe en la espalda. Me levanté como un resorte abrazándome a mi tío. Nos fundimos en un abrazo largo y efusivo, él también estaba llorando.

-Ya eres todo un hombre, y los hombres también lloran. ¡Pero solo en La Descarga! Y rió abrazándome de nuevo.

Calló el campanín y allá bajo, junto a la ermita, se oyó cantar la Salve.

 

Distribución mesas

Estoy seguro que cada uno de vosotros es capaz de revivir ese momento en su mente. De recordar la emoción de esas lágrimas de un 16 de julio. Y estoy también seguro de que esa misma emoción y esas mismas lágrimas las habéis vivido todas vosotras en la misma tarde y el mismo momento. Y que habéis temblado de emoción con el volador que sabíais salía en cada instante de las manos de vuestro padre, de vuestro marido, de vuestro hermano, de vuestro novio, de vuestro hijo. Ahora ya podéis también llorar en la Descarga con el olor de la pólvora entre las manos y enredado entre los cabellos.

Y como especial pegamento de todo ello, la Sociedad de Artesanos. No sé cómo antes de aquel 17 de julio de 1.902 en que aparece, vivía Cangas las fiestas del Carmen, incluso si había algún movimiento, algún sentimiento, algún hacer, que sirviera de aglutinante a los vecinos de aquella Cangas ganadera, rural, y cabeza comercial de la comarca.

Pero a partir de esa fecha, la Sociedad de Artesanos, con muchos problemas, ausencias, presencias, actuaciones sonadas y olvidos incomprensibles, fue creciendo en el corazón de los cangueses. Y lo hizo como pequeña semilla que cayó en terreno fértil y fructificó dando el mil por uno.

 

Pasaban los años. Y los niños seguían viviendo especialmente las fiestas. Era la mañana del día 16.

Y salió la procesión solemne, lenta, con la imagen de la Virgen escoltada por hombres trajeados, con sombreros de estreno, y mujeres de domingo gordo. Y la manga, y el estandarte, y los monaguillos. Y don Dositeo tieso y estirado bajo su capa pluvial. Y don Ernesto, siempre en segundo plano, empequeñecido, callado…y las gaitas. Sonaban voladores y palenques y nosotros corríamos de allá para acá entre el Prao el Molín y el río. Estábamos orgullosos con nuestros pantalones largos y las camisas limpias y recién planchadas. Lo malo era que no duraba mucho la elegancia. No tardamos ni media hora en ponernos perdidos de tierra y restos de pólvora de las varas.

Unas décadas atrás, unas decenas de socios de Artesanos acudían a esa misma procesión portando unas velas de nueve libras, unos cuatro kilos, para las que se había destinado cien reales (0,15€)

Es curioso, pero Artesanos es una sociedad civil que, sin embargo, funciona como si de una cofradía religiosa se tratase, incluso con la programación de misas y aniversarios por sus socios fallecidos

Avanzaba la década de los setenta. Mañana del 16.

Un golpe de luz la hizo cerrar los ojos con fuerza. Simultáneamente, una bocanada de aire caliente la envolvió. Poco a poco abrió los ojos y los fue adaptando a luz cegadora que inundaba la Plaza de la Oliva llena de color y bullicio. Había terminado la misa del día del Carmen y Cangas rezumaba alegría y complacencia en todos los órdenes de su diario vivir.

Mari Paz se volvió hacia el interior, se santiguó y, moviendo la mano, dijo adiós a la imagen de la Virgen posada en sus andas junto al altar mayor. Hasta la tarde, la dijo desde su silencio.

Todo eran corrillos, saludos y abrazos.

Un grupo de chiquillos pasa a carreras con varas de voladores en las manos. Es la historia que se repite año tras año, década tras década. Uno de ellos ha convertido la caña de un barreno en imaginario caballo sobre el que cruza raudo entre las gentes.

-¡Carmen!, ¡Carmen!, ¡felicidades!. Y de nuevo besos y saludos.

-Gracias hija. ¿Vienes?

-He quedado por aquí con Nené, no andará muy lejos.

Y no lo estaba. Tan solo un par de metros más arriba. Nené prendía un cigarro en el mechero que gentilmente le había encendido Gabriel Dupont. ¿Sería de esa marca el mechero?. Me dijeron que por ahí precisamente venia lo del apodo. Dupont era facultativo de minas. Con ellos se encontraban también Juan Bautista; Guarnizo, un simpático andaluz; Lobato y Manulón, todos también facultativos mineros y de mucho predicamento en la sociedad de aquel entonces. Unos años en que la actividad minera se lanzaba a toda velocidad hacia su apogeo de mucho empleo y auge económico. Como ellos, eran muchos los que llegaban ante la abundancia de trabajo y los buenos sueldos.

Todos vestían con elegancia festiva. Dupont llevaba al cuello un pañuelo rojizo del mismo color que el que sobresalía del bolsillo superior de su americana amarronada tipo Príncipe de Gales.

De traje y corbata, y con zapatos impolutos, los contertulios charlaban animadamente sobre la solemnidad de la misa y lo entrañable de la procesión de la mañana.  Que se habían integrado totalmente en la sociedad canguesa lo indicaban los lazos carmelitanos (blancos y marrones) que lucían en sus solapas, distintivo de pertenecer a la Sociedad de Artesanos, y de los cuales pendía una medalla cuadrada con la imagen de la Virgen del Carmen. Ellas, aunque en mucho menor número, llevaban una medalla redondeada pendiente de un lazo con los mismos coloras, era la de las Bienhechoras de la Virgen del Carmen.

Decidieron que era el momento de ir caminando hacia la Jaula de Oro, lugar más que adecuado para homenajear a la festividad del día y de homenajearse ellos mismos con unas también solemnes y clásicas compuestas.

Estábamos en los años en los que la Sociedad de Artesanos se remodelaba y dinamizaba de la mano de activos cangueses que entonces llegaban a su madurez y que la dieron su impulso definitivo.

Las fiestas se abrieron a los forasteros y la Descarga inició su época más sonora y esplendorosa con

Presidente Artesanos

repercusión a nivel regional y nacional que de la mano de muy diversos medios ha llegado hasta hoy. Es entonces cuando se produce otro hecho que quizás ha pasado desapercibido para muchos. Desde esos años, el lazo pasa a ser practicante un distintivo del cangués. Los cientos de forasteros que llegan y siguen llegando, cuando se cruzan con alguien que porta el lazo, saben que es un cangues y éstos, con tantos ya en la emigración, también se reconocen así entre ellos.

Se da la circunstancia de que mientras que la Sociedad de Artesanos, ya desde sus inicios, se aúna y compacta creando relaciones especiales que por otros derroteros habrían de fructificar después en la aparición de muy diversas peñas, no ocurre los mismo con las socias de la Sociedad de Bienhechoras de Nuestra Señora del Carmen. Entre éstas tan solo mantienen una relación cercana las pertenecientes al grupo de “las camareras”, responsables directas de vestir la imagen de la Virgen, sufragar el gasto de flores y adornos y mantener en perfecto estado la capilla entre otras funciones

De esta circunstancia, nimia en apariencia, se deriva el hecho de que los hombres al programar comidas y actos festivos en común refuerzan la idea de pertenencia y estrechan relaciones, algo que no ocurría con las mujeres. Ahora, con los nuevos tiempos, todo ésto ha cambiado y con la aparición de las peñas femeninas y mixtas, y la apertura de las clásicas, estas diferencias van desapareciendo.

Cangas había entrado en el nuevo milenio con múltiples preocupaciones. Las minas cerraban y el empleo se resentía. Envejecía la población y emigraban los jóvenes. No obstante, la Sociedad de Artesanos seguía pujante asentando su fuerza en los cientos de cangueses repartidos por España y en el espíritu rocoso y el orgullo de pertenencia de los aquí asentados. De apenas 40 en sus inicios había alcanzado los casi tres mil socios.

Hubo un recuerdo para Suso

Y llegó un nuevo 16 de julio

El sonido del campanín se metía en la sangre. El contrapunto del campanón resonaba en el pecho y la brisa del atardecer acariciaba, intentando relajarlos, los rostros de los cangueses. De los que se disponían a participar en la Descarga y los de los que aguardaban, con los nervios a flor de piel, su inicio.

Un anillo de color humano rodeaba la villa y otro de fuego latente el Prao del Molín. Tan solo se oían algunos gritos y silbidos de los foráneos pendientes del horario y ajenos por completo a la liturgia del momento.

Marta, en el camino de Llamas, en la fila de tiradores, mantenía firme su volador con la mano izquierda. Detrás, a la distancia establecida, María, con un par de docenas de ellos bajo el brazo, se disponía a ejercer de apurridora. Ambas tenían fija la mirada en el Prao en el que, empequeñecido entre las máquinas, se encontraba el presidente de Artesanos con otro volador en la mano y la vista fija en el puente. La manga procesional entraba en el mismo.

En los Nogales, entre los tiradores del Arbolín, Rosalyn aguardaba impaciente con sus docenas de voladores bajo el brazo. Aunque ya llevaba un par de año apurriendo recibía las últimas instrucciones de su padre

-Tú siempre tranquila, con pausa, nada de precipitarse que hay tiempo suficiente.

Ella asentía sin pronunciar palabra. Veía como la imagen de la Virgen se acercaba al centro del puente e intentaba controlar sus nervios. Sus nervios y sus recuerdos. Aunque joven, la Descarga la llenaba de vivencias y recuerdos, se emocionaba y se le humedecían los ojos.  

Y la Virgen se paró en el centro. Calló el campanín y el volador del presidente de artesanos salió del Prao.

Marta ni siquiera lo oyó estallar. Solo oyó un grito

-¡Brío!

Y soltó el volador. Se volvió y María la puso otro en la mano. Se le escapaban las lágrimas. Y repitió él movimiento con celeridad y precisión una y otra vez.

Olía a humo y a pólvora, Tronaba el cielo. En los Nogales, Rosalyn ponía en las manos de su padre un volador tras otro. Más allá del puente sobre el Narcea, el sustituto del “puente roto”, camino del viejo matadero, otras mujeres, tiradoras y apuridoras, participaban en el disparo

Las máquinas llegaron a su cénit con un estallido total.

Marta y Rosalyn saltaban y se abrazaban llorando a todos aquellos que tenían cerca.

La Descarga y Artesanos habían alcanzado su plenitud.

Y así llegamos hasta hoy, cuando 117 años después, Artesanos ha logrado convertirse en la levadura de esta sociedad, en el miajón cangués, en la esencia de la fiesta.

Y así ha querido reconocerlo la Coral Polifónica con este homenaje musical y vivencial. Y aquí estamos, aunque pocos, artesanos de hoy, y entre nosotros, en espíritu, en nuestro ser interior más íntimo, pero muy presentes en el todo, artesanos de siempre, y demos aquí al vocablo “artesanos” una amplitud tal que acoja a cuantos han vivido desde siempre Cangas, sus fiestas y sus esencias con el lazo carmelitano.

Y que el acto de esta noche sea un puente entre el hoy y el ayer de manera que el hilo de nuestras especiales esencias, en las que la pólvora es definitiva y definitoria, no se rompa nunca, sino que, por el contrario, se robustezca y aúne aquellas en ese abrazo emocional y sentido que une a todos los cangueses cuando cada 16 de julio suena el último volador de la Descarga,

Muchas gracias”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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R. Mera

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