A Maese Antón Chicote que sin pasar por la Universidad ha sabido sentar cátedra
Sepan cuantos esto leyeren y entendieren, y cuantos lo oyeren contar por boca de otros, que maese Antón, mesonero de renombre y alcurnia como tal en el oficio, especialmente en lo que a bodega y figones se atiene, que a partir de esta fecha habrá de ser tratado como si hijosdalgo de cuna viniere al haber adquirido este privilegio con la concesión de la Cepa de Oro que la su villa de Cangas del Narcea otorga a cuantos acumulan méritos e acciones meritorias para ello.
Desde todas partes de las Asturias acuden al mesón de maese Antón gentes de toda condición y clase, caballeros y escuderos, monjes y guerreros dispuestos a libar de sus vinos y gustar de su sustanciosas viandas especialmente de las señaladas, y hasta en las anchas Castillas conocidas, “patas de Antón”, que al decir del mesonero, amén de sabrosas, es el mejor acompañamiento a su vinos pues, al contrario de lo que acontece con otros producto, especialmente de mar, no tienen desperdicio alguno y pueden ser comidas con cuchara e incluso, si la necesidad apremia y el utensilio falla por olvido o ausencia de la mesa, con los dedos que, al terminar, y suficientemente chupados, podrán ir a la faldriquera en busca de las monedas sin problema alguno de mancha ni en el calzón ni jubón aun cuando éste sea el de labranza o milicia.
Dice Antón, revestido de la cazurrería y sapiencia de un Sancho a la canguesa, y de ello nos acordamos, que su vino es una puerta que la ventura siempre deja a las desdichas para dar remedio a ellas. Y asegura que mucha parte de las gentes que por sus mesas desfila dánselas de entendidos en vinos cuando algunas de sus mercedes (“o así ellos creénselo ser”) no distinguen, el de año, del que en cuba ha dormido largo y tendido, ni el agrio del que monta un punto de acidez, bueno para la cecina y los duelos y quebrantos que decían los castellanos y que aquí, explica Antón, hemos cambiado por empandas enchorizas y entocinadas ya otros productos del gocho, animal adorable en el que nada es ajeno a la cocina y del que destacamos los chorizos de casa de labranza y ganados que al paladar satisfacen y al estómago llenan y calman tras las penurias del camino y los largos ayunos forzados
Señala Maese Antón que el ate de hacer vino puede considerarse como ciencia a estudiar en la muy
ilustre y celebrada Salamanca por cuanto para ello ha de entenderse de Matemáticas por la medidas y proporciones a manejar; Herbolario para distinguir las uvas y sus clases así como las hierbas dañinas; Astrólogía para conocer por las estrellas y la luna los tiempos más adecuados de siembra, poda o recolección: e incluso Química y Física para sopesar proporciones y tiempos de cocción de los distintos caldos y sus clases que facerse plugue a cada bodeguero.
Más nos son tan solo estas la virtudes que adornan a maese Antón, también conocido como Chicote tanto en su villa natal como en las Asturias, homenaje de un conmilitón al mesón cuando éste abrió sus puertas y el padre de Antón buscaba nombre con que signar el nuevo negocio para que éste se significase de los demás existentes y augurándole el mismo éxito que otro que, con ese nombre, concitaba todas las alabanzas y parroquianos en la capital del Reino de las Españas. Decíamos pues que otras virtudes adornan a más al maese y señalamos entre ellas su dominio de un tipo de interpretación musical vocal que por esas tierras llaman “tonada” y en la que Antón goza del mismo, o al menos igual prestigio, que en el manejo de uvas, barricas y fogones. Y tal condición es requerido desde muy diverso lugares de las Asturias, e incluso de otros reinos, para que deleite a los pueblos con esa la su virtud. Y a fe que deja contento y satisfechos a todos pues sabe aderezar, como si en la cocina se encontrase, canción con dichos y refranes en los que analiza, sentencia o satiriza situaciones vividas, presentes o por venir sin que este su decir u opinar se vea condicionado por nada ni por nadie.
Mas la suerte y el diablo, que nunca duerme, quisieron que el mesón de Antón se ubicase en la Calle de la Fuente, algo que no anima mucho a lo forasteros amante de buen vino a iniciar camino por la misma en la seguridad de que con tal nombre el camino les llevará inevitablemente a la citada que, como hasta los niños de teta saben no mana precisamente vino, ni siquiera aunque este fuese algo picado. No ocurre así a los vecinos del lugar que a unas varas de adentrase en la misma paran intuitivamente cual ocurría al burro de Sancho ante Figón en el camino, para bajando un par de escalones adentrarse en el templo de Baco sin titubeo alguno.
Sirve también de ayuda, precisa el mesonero, que la calle de la que la de La Fuente parte, lleva directamente hasta la iglesia y no veo yo, aclara maese Antón, que ningún amante de los caldos cangueses, u de otro cualquier lugar, le guste toparse con la Iglesia o quienes en ella deciden si de celebraciones se encuentra.
Y ya para terminar habrán de saber vuesas mercedes que maese Antón, es “mozo y entero”, según él mismo señala cuando sobre su situación familiar se le requiere.
Sirva este capítulo de mis crónicas como homenaje a tan gran hombre que, sin pasar por la Universidad, ha sabido sentar cátedra.