Benigno y la lista de la lotería navideña, o el discurrir de las cosas

Benigno en el bar del MIndanao

Día 23 de diciembre. Mediaba la mañana cuando entraba en una cafetería ovetense. Poca gente. De inmediato me llamó la atención un hombre sentado en una mesa que se afanaba con ahínco en leer el periódico. Miré disimuladamente. No era ningún artículo lo que le mantenía tan ocupado, era la lista de la lotería navideña.

Mientras removía el cortado que había pedido se removían también mis recuerdos de otros días como éste.

Bien temprano, cuando apenas la claridad había roto las últimas tinieblas de las larga noche invernal, Benigno Rodríguez, sereno de la calle San Francisco de Sales y natural de Larna, llegaba con la lista de la lotería, aun oliendo a tinta, a casa de su hermano Manuel, también sereno y también de Larna. Entraba solemnemente consciente de la importancia del momento y de su misión de portador de ilusiones. Desplegaba la lista encima de una pequeña mesa camilla situada en el diminuto comedor y comenzaba a tomar el pelo a cualquier familiar que hasta allí se llegase.

Benigno se pasaba cada año por la sede de la Lotería Nacional, construida en 1.962 en la madrileña calle de Guzmán el Bueno, y aguardaba a que se imprimiesen las listas con la relación de números premiados y la cuantía de los premios. Cogía unas cuantas de estas y con verdadera ilusión y entusiasmo las acercaba a una serie de lugares con los que mantenía una especial relación como el ya desaparecido Hotel Mindanao, en San Francisco de Sales, donde era tratado como un gran personaje.

Les hablo de finales de los sesenta y principios de los setenta cuando la relación de números premiados se consultaba en los periódicos (quienes podían acceder a alguno) al día siguiente del sorteo, o como en el caso de Berzocana, dos días después, ya que los periódicos salían tarde y su distribución por el país era lenta y por correo. Únase a ello que a los pueblos llegaban apenas un par de ellos y esas eran las listas que corrían de mano en mano.

Para conocer los primeros premios, durante el sorteo algunos se pegaban a las radios de corriente (apenas había transistores y eran muy caros) e intentaban apuntar al menos los cuatro primeros premios. Otros se afanaban y pillaban números y premios sueltos por el mero placer de hacerlo y después ir presumiendo de lista de allá para acá. Hagamos notar que el saber en el momento a qué lugares había correspondido el gordo era imposible. Había que esperar que Loterías buscase (a mano) en las listas de ventas a que lugares había enviado los décimos premiados y después telefonease a radios y periódicos para informar.

Todo cambia y todo pasa e igual ha sucedido con la Lotería de Navidad y el modo en que se accede a la información. Ahora, apenas un par de minutos después de cantado el gordo ya sabemos el lugar, la administración y la distribución en décimos y participaciones que ha tenido. No ha tantos años había que esperar a que Benigno llegase con la lista o el periódico a Berzocana ya el día de Nochebuena

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R. Mera

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