CANGAS DEL NARCEA. Carnaval: no me conoció ni mi madre
Que conste que el firmante no es precisamente un entusiasta carnavalero, pero ello no implica que haya pasado buenos ratos en su ambiente y con quienes sí lo eran.
Permítanme que les recuerde algunas de las denominaciones con que son definido estos días anteriores al miércoles de ceniza que dan paso a la cuaresma o cuarenta días que preceden al Domingo de Pascua o de Resurrección. Especialmente en el norte ibérico se les denomina como entroido, antroido, introido, antroixo, antroiro, antrojo y otro alguno que habrá quedado enredado entre las teclas del ordenador. En el resto basta carnaval para engloba todos los festejos.
El origen de su celebración se encuentra en las fiestas paganas, como las que se realizaban en honor a Baco, el dios romano del vino, las saturnales y las lupercales romanas, o las que se realizaban en honor del toro Apis en Egipto. Según algunos historiadores, los orígenes de esta festividad se remontarían a Sumeria y Egipto, hace más de 5000 años, desde donde pasaron al Imerio Romano y con él se expandió la costumbre por Europa, siendo llevado a América por los navegantes españoles y portugueses a partir de fines del siglo XV.
A raíz de la expansión del cristianismo fue cuando más auge tomó la fiesta adquiriendo entonces el nombre de carnaval, teniendo como motivo principal el hecho de despedirse de comer carne y de llevar una vida licenciosa durante el tiempo de cuaresma. Eran, y siguen siendo en muchos lugares, tres días de celebración a lo grande, en lo que casi todo estaba permitido; de ahí uno de los motivos de ir disfrazado, taparse el rostro y salvaguardar el anonimato. Y es que los tres días previos a dar inicio a la cuaresma se celebraban haciendo una despedida a la carne (ya que en ésta estaba prohibida consumirla) y se bautizó bajo el término ‘carnaval’ cuya etimología proviene del término italiano ‘carnevale’ y éste a su vez del latín ‘carnem levare’ cuyo significado literal es ‘quitar la carne’ (carnem: carne – levare:quitar).
Y lo de no darse a conocer durante la celebración fue una de las cosas que más me llamó la atención a mi llegada a Cangas del Narcea justo cuando los carnavales comenzaban a recuperarse tras la prohibición que pesó sobre ellos durante la dictadura y cuya celebración persiguieron tanto los curas como la Guardia Civil incluso con saña.
Y entre los tales expertos en recorrer los bares una y otra vez sorteando los intentos de unos y otros de descubrir quién se escondía bajo este o aquel disfraz voy a recordar en primer lugar a Emilio El Morocho, verdadero experto en el disimulo sin por ello dejar de incordiar a cuantos se encontraba en su camino. Y no una vez, sino hasta cuatro o cinco cambiaba de disfraz a lo largo del anoche tomando el pelo a cuantos en su camino se cruzaban e intentaban descubrirlo. Y no era hasta el día siguiente, si el así lo decidía, cuando seguía tomándote el pelo recordándote qué te dijo o hizo determinada máscara para después señalarte que debajo de la tal estaba él.
El otro era Ángel Vázquez, Camión, que también se cambiaba unas cuantas veces en la noche incordiando a más no poder al personal por los bares de la Calle Mayor. Camión aguantaba menos en el anonimato total que El Morocho y, por lo bajini, se identificaba contigo para que vieses como se acercaba a tomar el pelo a algún otro, u otra, hasta desesperarlos.
No eran los único claro está. Tenía entonces el carnaval un componente totalmente individualista y eran rarísimos los grupos, y si aparecía alguno no sumaba mucho más de tres o cuatro componentes. He de decir aquí que en aquellos tiempo de la Transición, los había también empeñados en llevar “su” política y “razón” a la calle y, bajo la máscara, actuaban con agresividad, insultaban y se mostraban un mucho faltosos. Destacaban entre éstos algún que otro sindicalista de ocasión que en aquellos años actuaban casi con derecho de pernada en las noches de los sábados y que se crecían bajo la máscara. Tanto es así que en algunos casos era aconsejable a determinados políticos o cargos de las minas retirarse con prudencia a lugares más seguros o a casa. Fuera de esto el ambiente en general era totalmente festivo, de bromas a esgaya y juegos de identificación la mar de divertidos en la mayoría de los casos.