Añoranzas berzocaniegas: Aquellos días de radio en común y auge de lo seriales
(Carretas hoy. A la derecha la esquina de las tertulias)
Cuando esta mañana mi emisora de cabecera recordaba que hoy se celebra el Día de la Radio, y como a buen setentón corresponde, un montón de vivencias acudieron a mi mente.
Iniciaba la década de los cincuenta su último tramo. Cuando junio comenzaba a abrirse, los vecinos de la calle Carretas, allá en mi Berzocana natal, comenzaban a salir al fresco. Provistos de su correspondiente silla se concentraban en diversos y tradicionales lugares que se repetían así mismo en cada barrio. Los más cercanos a mi casa lo hacían junto a la puerta de tío Tostao, donde un poyo de piedra servía de aglutinante y facilitaba asiento a los más puntuales.
Allí acudían tío Miguel Portales; su cuñado Orejinas, sus mujeres; tío Gregorio, el molinero; tía Juana Parrá; tio Metralla y su mujer; el propio tío Tostao y su mujer, tía Flor Mena; tío Joaquín, que debía de ser de los más viejos; tío Augusto y su mujer; tía Virtudes y su marido, Juan Repóntigo; tía Berenguela… y así todos los vecinos.
Llegadas las diez de la noche, me mandaban conectar la radio que previamente ya había colocado mi madre en la ventana de la salita de cara a la calle. Era el único aparato en todo el barrio y, fíjense, aún lo tengo en mi poder.
Era esa la hora de El Parte, pues así se llamaba el informativo que emitía Radio Nacional y al que estaban obligados a conectar todas emisoras del país que por entonces no eran muchas. En nuestro caso daba igual pues solo se oía la citada RNE. Se llamaba así a la emisión de noticias debido a que durante los años de la contienda civil, el espacio informativo por antonomasia era, precisamente, el parte de guerra. Aún hay personas en las zonas rurales que así lo siguen llamando: el parte
-Aquí Radio Nacional de España. Son las diez de la noche. Su excelencia el Jefe del Estado, Francisco Franco…. Comenzaban día tras día tras una musiquilla militarizada que aún puedo tararear como tantos de mi generación.
Los vecinos atendían a las noticias no sin que ello evitase los comentarios sobre la marcha. Comentario positivos, pues a ver quién era el guapo que allí, en público se atrevía a llevar la contraria a su excelencia el Jefe del Estado.
En los informativos existía una censura (la Ley de Prensa así lo establecía), o lo que es lo mismo, las radios no podían programar nada que el poder político no quisiera. Los censores se ocupaban de revisar los guiones para que nada indebido se les escapara, al tiempo que las radios comerciales, las privadas, estaban obligadas a conectar siempre con Radio Nacional de España.
Sin embargo, lo que mejor recordamos la chavalería de entonces era el final.
Tras el toque de un cornetín de órdenes sonaba la voz impostada del locutor:
-Aquí Radio Nacional de España, ¡Viva Franco!.¡Arriba España!. Y comenzaba a sonar el Himno Nacional que entonces nadie se atrevía a pitar y menos que nadie los catalanes
Fueron estos años la época dorada de los seriales, cuyo éxito radicó en las complicadas tramas y que al final de cada capítulo dejaban al oyente a la expectativa. Iban dirigidos no solo a las mujeres, sino a todos los sectores de la sociedad. Ya unos años más tarde, iniciados los sesenta, recuerdo cómo iba por las calles cobrando las letras a aquellos vecinos que habían comprado a plazos y a lo que me mandaba mi padre a la sazón corresponsal del Banco Español de Crédito en el pueblo. Ya había bastantes más aparatos de radio y, en mi recorrido, iba escuchando seriales como “Ama Rosa” o “Lucecita” seguidos en masa por los vecinos y que conllevaban que los que no tenían radio fuesen a aquellas otras casa que disponían del aparato.
Los seriales abarcaron todos los géneros y describían situaciones que poco tenían que ver con el día a día del país, recreando una realidad a la medida de la dictadura. Los guionistas eran una pieza importante de ese engranaje, siendo el hombre más popular Guillermo Sautier Casaseca, que fue el rey del melodrama por la citada “Ama Rosa”, una importante serie con gran repercusión en los oyentes y que fue llevada al teatro y al cine. El folletín iba dirigido a todas las amas de casa, pero la comedia costumbrista buscaba la complicidad de toda la familia, siendo su máximo exponente: ‘Matilde, Perico y Periquín’, creado por Eduardo Vásquez.
El oeste americano también llegó a la radio con los seriales ‘El Coyote’ y ‘Dos hombres buenos’, del autor José Mallorquí.
Permítame el lector que hoy, Día de la Radio, les traiga estas añoranzas infantiles. ¡Quién me iba a decir entonces que iba a terminar trabajando en la misma!
Ahora están casi todos metidos en casa delante del televisor o bien bajan a la plaza a tomar algo. En aquellos tiempos solo bajaban los hombres y no todos. Las mujeres se quedaban en casa.
En la Calle Carretas, que ahora la podriamos llamar “autopista de Solana y Madrid”, porque ya nadie va por el “Rejoyo”, no nos podemos sentar, ya que, si está uno una hora en la calle al fresco, ha estado 55 minutos levantado. Sentarse es casi imposible. Además han quitado los poyos que habia.
Conozco gente que vive cerca del Rehoyo y van con el coche siempre por la calle Carretas, bastando solo que venga otro coche de frente, para tardar bastante más que si fuesen por la carretera.