CANGAS DEL NARCEA.- Los recuerdos de la emigración y la realidad de la aldea
Larna, 8 de agosto
Agosto ha comenzado a desgranas sus días. Las nieblas mañaneras se enredan entra las copas de los árboles y dejan colgadas minúsculas gotas de agua en las hojas de las que se desprenden con desgana. Un par de ellas se posan suaves en mi cara cuando paso bajo el viejo roble que, un tanto olvidado, tiende sus ramas sobre el camino. Silencio.
Me encuentro en un pequeño pueblo asturiano a las puertas de Muniellos. Antaño fue dinámico y con habitantes. Ahora, sin cura, ni chigre, ni escuela, está recorriendo el camino, como tantos otros, de su propia agonía. Los mayores que lo habitan, o los que llegan de una larga vida de trabajo en la emigración, se niegan a verlo. Creen que todo sigue, incluidos los largos y solitarios inviernos, como hace cincuenta años
Agosto quiere insuflar un poco de vida en sus calles. Pero es todo ficción. Flor de un día que se marchitará en el mismo mes que anualmente renace. Los mayores que vuelven también se niegan a aceptar la realidad que intentan sepultar bajo historias que fueron y ya nunca volverán.
Pasa de media mañana. El sol se ha abierto paso entre las nubes y suenan gritos de niños por los caminos. Desaparecerán con los últimos días del mes vacacional y todo volverá al silencio. Ya ni siquiera se oyen las chuecas (cencerros o campanillos) de las vacas por los prados. Como los niños y jóvenes, también van desapareciendo de los pueblos.
Desgrana agosto sus días y los abuelos enseñan a su nietos caminos que fueron y ahora se han incorporado al monte abandonado.
-Por aquí pasaba yo todos los días con las vacas, había cerca de trescientas en el pueblo y mucha, mucha gente. En el verano todo era bullicio: la hierba, el ir y venir de los carros, la siega, las meriendas, las fiestas, el ganado camino del monte. Incluso el ir a caminos era una fiesta. ¡Y hasta había baile!. Y mozas, muchas mozas
-¿Y dónde está hora todo eso abuelo?
El abuelo se encoge de hombros y sigue su camino de nostalgias y sueños perdidos. Al rato continúa hablando más para él que para sus nietos:
-Todos, todos lo olvidamos. Muchos nos fuimos y dejamos aquí todo. Nos volvimos de ciudad. Hablábamos mucho del pueblo, pero eso, hablábamos. Seguíamos viviendo en el pueblo más que en Madrid. Pero no hacíamos otra cosa. Tan solo nos preocupábamos de si los paisanos iban o venían, si alguien se casaba o se moría, o se separaba, o había comprado o vendido. O incluso si había bajado o no la feria, había mercado y por cuanto, o había estrenado chaqueta. Los que se quedaron siguieron adelante, pero la gente se seguía yendo y cada vez eran menos, y más viejos. Y se cerró la escuela, y se fue el cura y cerró el chigre. Y ahora venimos, repetimos y repetimos que está todo abandonado, que no se hacen caminos, que los prados se llenan de maleza y desidia y cotilleamos sin parar sobre todo lo que se mueve como hacíamos en Madrid. Pero en cuando pasa a agosto volvemos a olvidarnos del pueblo y sus necesidades. Eso sí, seguimos hablando de todos tanto si se van como si se quedan.
Algunas cosas permanecen inalterables en el tiempo de la emigración que se ha medido a un ritmo mucho más lento que el devenir de cada pueblo y quedó anclado en lo que fue cada cosa y no en lo que en la realidad es.
Una entrada muy emocionante, José Luis. ¡Enhorabuena!