BERZOCANA.- Un domingo de Ramos a finales de los cincuenta
Domingo de Ramos. Mediaba abril y el sol lucía con todo su esplendor iluminando las lejanas encinas y dando brillo al empedrado de las calles de Berzocana.
Desde la oscuridad del fondo del templo, con paso lento y especial solemnidad, salía hacia luz del atrio la procesión. El párroco, con capa pluvial y bonete, portaba una larga palmera dorada. A uno y otro lado, el alcalde, Don Bernardo, y el cabo de la Guardia Civil llevaban otras iguales, al igual que Juan Luis, el sacristán, que organizaba las filas. Los monaguillos, revestidos, llevaban palmeras verdes redondeadas. Entre los fieles predominaban esencialmente los ramos de olivo.
Delante, mi amigo Pablo Chicha, (que ahí sigue de monaguillo eterno muchos años después) escoltado por dos monagos con los ciriales,portaba la cruz procesional alrededor de la cual se había colocado un ramo de olivo. Pueri Hebraeorum,
portantes ramos olivarum… cantaban solemnemente sacerdote, sacristán y las mozas que integraban el coro. A medida que la procesión avanzaba hacia la Cruz de Piedra, los hombres que aguardaban en el atrio se agolpaban en tropel tras el sacerdote y las autoridades, ellos también portaban ramos aunque de una manera un tanto desordenada y a la remanguillé que diría alguna vecina. No cantaban, pero tampoco callaban.
Con el sonar de las campanas de fondo, la `procesión se va moviendo con lentitud mientras el sol, subiendo en busca de la vertical, hace notar su presencia entre los endomingados vecinos. Y a propósito, era y aún sigue siendo costumbre estrenar algo el citado domingo y así lo cumplíamos todos.
Algo ya olvidado, o al menos yo llevo tiempo sin verlo es “la representación” que se producía en la puerta de la iglesia a la vuelta de la procesión. Un monaguillo se encargaba de cerrar las puertas una vez que la procesión se había alejado. Cuando llegaban fieles y sacerdotes se la encontraban cerrada, tan solo el sacristán había entrado. En ese momento se iniciaban una serie de cánticos de dentro a afuera (el sacristán) y de fuera a adentro ( el sacerdote) que terminaban cuando éste, con el tronco de la palma, daba tres golpes en la puerta. Entonces éstas se abría de par en par y todos entraban jubilosos:
Pueri Hebraeorum,
portantes ramos olivarum,
obviaverunt Domino,
clamantes et dicentes:
Hosanna in excelsis
Amén de la ya citada de estrenar algo, había otra tradición que cumplíamos a rajatabla: el llevar los ramos bendecidos a los campos para que protegieran las cosechas de tormentas y pedriscos.
Con mis primos Juan Cotrineja y su hermano Manolo, una vez acabada la misa, partimos decididos hacia los cercaos de la Concepción y allá, cerca de la era de la Mocara, entre los sembradas de trigo que trabajaban algunos de sus tíos Portales y su padre, plantamos nuestros ramos, no sin antes habernos asomado a la Trasoná, a ver si estaba muy llena de agua y tirar dentro un par de piedras, aunque sabíamos que a los mayores no les gustaba nada que hiciéramos esto ya que, decían y con razón, que si lo hiciésemos todos terminaríamos cegándola.
Antes, a la altura de la Plaza Vieja, se nos había unido corriendo nuestra prima Nena, la de tía Crisanta, que llegó orgullosa presumiendo de una pequeña palmera verde cuyas ramas había entretejido su tía Rosa Juliana. Ni que decir tiene que se negó en redondo a dejarla entre los trigales. Ya a la vuelta nos encontramos con tío Miguel Portales que, con un pequeño ramo en la mano, con el que se golpeaba una y otra vez la pernera del pantalón, se dirigía también a los cercaos.
-¿Qué, de llevar el ramo?, nos preguntó sonriente
-Sí, pero la Nena no ha querido dejar el suyo, saltó como un resorte Juan, dice que se le ha regalado su tía.
-Bueno, es que la Nena va aponer su palma en el balcón de su casa como yo he hecho con el otro trozo de mi ramo, explicó tío Miguel.
-¡Claro!. Había que poner un ramo en cada balcón de cada casa para que las protegiese igual que las cosechas. Por eso en mi casa colocaban la palma de mi padre entretejiéndola con las rejas del balcón y allí permanecía hasta el siguiente año en que era sustituida. En otras casas se guardaba parte de los ramos para echarlos en la lumbre durante las tormentas cuando los rayos iluminaban la sierra y los truenos bajaban golpeando desde la misma hasta perderse entre las encinas allá por el oeste:
Santa Bárbara bendita
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita
en el aro de la cruz
Paternoster, amén Jesús
Rezaban de monótona carretilla las abuelas invocando a Santa Bárbara mientras quemaban el ramo. Ni antes ni ahora he logrado entender la oración ni encontrarla significado alguno, tan solo el de la Fe con el que se ejecutaba el rito.
-Bueno, ¿y que habéis estrenado?, volvió a la carga tío Portales
Como resortes, los tres levantamos una pierna (no los pantalones porque entonces utilizábamos calzonas) enseñándole orgullosos los calcetines que cada uno llevábamos. La Nena sacó un pequeño pañuelo blanco con ribetes verdes que también mostró orgullosa. Juan comenzó a reírse del pañuelo y, como en él era habitual cuando se aceleraba, comenzó a encasquillarse en el decir. Nena se agarró un rebote cuidado, Manolo y yo nos unimos a las risas y nuestra prima, con un enfurruñado gesto muy suyo y que aún conserva, dio media vuelta y salió disparada. Detrás y gritando. ¡presumida, presumida!, corrimos nosotros.
Ya en la plaza, entre tierra y polvo, nos agregamos a un grupo que jugaba un partido con una desinflada pelota de goma. Nuestros calcetines de estreno no tardaron en quedar marrones de tierra y polvo.