BERZOCANA.- Antonio Cabalito
Un año más. El sembrador va echando
la semilla en los surcos de la tierra.
Dos lentas yuntas aran,
mientras pasan la nubes cenicientas
ensombreciendo el campo,
las pardas sementeras,
los grises olivares.
Machado
Inclinado sobre el estebón doble de la vertedera, Antonio fija la mirada en el surco recto que va cortando la tierra. Una tierra mil veces labrada y mil veces regenerada a lo largo de los tiempos por otros tantos Antonios. La gorra roja y los vaqueros ponen el toque actual a una imagen mil veces repetida que fija en el tiempo el trabajo campesino. La dureza de la vida en pueblos y aldeas, que Antonio como otros tantos berzocaniegos vivieron entre la amargura y la felicidad durante años difíciles, vuelve a la mente de cuantos dejaron ya atrás los sesenta y se han adentrado más allá de los setenta. Para los más jóvenes quizá tan solo sea una postal de un tiempo ido. No importa la edad, ni haber alcanzado ya la del merecido descanso. En Antonio, como tantos otros agricultores de su edad, aún vive el gen del labrador de lluvias y soles en los que la palabra trabajo se dignifica.