Remembranzas berzocaniegas: Otros tiempos, otra Navidad
Una vez más esta página se abre a colaboraciones externas. Lo ha hecho en otras ocasiones y lo seguirá haciendo cuando así lo demande cada momento. Hoy llega hasta ella una colaboración de Fulgencio Rodríguez Mera que nos acerca una remembranza más de nuestro pueblo. En este caso la ya cercana Navidad es la protagonista.
Su escrito dice así:
“Un año más, nos disponemos a celebrar la Navidad, unos con nostalgia, otros con pena, otros desde su soledad y desde su pobreza, algunos ni se darán cuenta, otros dirán que son unos días de vacaciones y ya está, no queriendo saber nada más. En el recuerdo he intentado recomponer como era la Navidad cuando yo era niño.
En mis más remotos recuerdos, aparece un Belén de papel recortado, y pegado en un cartón de los que venían en el centro de las grades piezas de tela de la sastrería que regentaba el abuelo Juan Luís, y como el taller era la habitación mas calentita de la casa, pues tenía cielo raso, que así se llamaban a las bóvedas de cañizo y yeso que hacían entonces, y entre la techumbre y el piso de madera y un buen brasero de picón, en palabras del abuelo, “vendían ropa”. Allí, en el taller, pasaba yo los días de invierno, medio tumbado en una hamaca de madera, viendo, con un poco de envidia, como mis hermanos entraban y salían a la escuela o a jugar a la calle. Mi madre, para que yo no me aburriese, mientras cosía, no paraba de cantar, según los tiempos y las épocas, ahora tocaba villancicos. Para que yo estuviera viendo el Belén, mi padre lo ponía encima de la estantería de las telas. Después me compró uno con pequeñas figuras de plástico y con luz que lo ponía en el gran zaguán que tenia la casa.
Al atardecer, cuando se dejaba de coser, nos bajábamos al zaguán donde escuchábamos la radio.
Pero el momento más esperado para mí de la Nochebuena, no era la llegada de papá Noel, que entonces no existía, era cuando oía en la puerta cantar el siguiente villancico:
Esta noche es Nochebuena
y mañana el día del Niño,
que nos saque nuestra madre,
mucho vino, mucho vino.
Eran los tres tíos Meras que como cada año venían a cumplir con el ritual de visitar a su madre, abuela Juana, que siempre vivía con nosotros y que ya los esperaba con la botella de vino.
Después de haberse bebido unos cuantos vasos venían hacia donde yo estaba y me cantaban otro de sus peculiares villancicos, que decía así:
Eran tres gallegos,
venían de segar
de tierras de moros
como es natural.
Iban caminando,
cuando se encontraron
un charco de vino
y se emborracharon.
Hicieron convenio,
de volver a él,
al charco de vino
borrachos los tres.
Si singular es la letra, muchos mas era la música, o la toná coma ellos decían, y la iconografía, con los tres abrazados alrededor de mí me lo cantaban. Yo me desternillaba de risa, luego se dirigían a la puerta y cantaban el de la despedida, que decía así:
Que pase usted buena nochee
con alegría y contento
como la tuvo Josée
la noche del Nacimiento.
Pooobrecita Virgen,
Vaaa pisando nieves
deeebiendo pisaaar,
rooosas y cláveles.
Y se iban no sin antes escuchar el consejo de mi abuela que les decía:
–Hijos no bebáis mucho, no os emborrachéis, que luego las mugaras……
A lo que ellos la contestaban:
–Madre, que no lo vendan.
Otras veces decían que las puertas de las tabernas tenían imán.
El ritual se repetía el día de Nochevieja, y la mañana de Reyes.
Aunque la economía era escasa, los Reyes no faltaban a su cita, para ello el experto ere mi padre. Como el día de Reyes se levantaba a las seis de la mañana para tocar a misa primera, pues era el sacristán, lo preparaba todo, cuidando de que nadie se quedara sin regalos, incluidas madre y abuela. Los regalos de aquellos años eran muy pobres, pero mantenían viva la ilusión, aunque algunos los pasara como a mi vecino José Luis “Sotana”, al que todos los años los Reyes le traían el mismo tanque, pues su madre le dejaba jugar un rato con él, luego el tanque se perdía y no volvía a aparecer hasta el año siguiente. Ya tendría diez o doce años cuando otra vez volvieron los Magos con el mismo regalo, pero esta vez la magia le tocó hacerla a él que cogiendo una piedra se enredó a pedradas con el tanque hasta hacerlo añicos. Tía María, su madre, le castigó y los Reyes no volvieron más. Pero todavía hoy, a los cincuenta años, cuando en verano nos juntamos y empezamos a recordar, siempre aparece el maldito tanque.
Los años seguían pasando, y con ellos llegó la evolución. Ya en mi casa eran las cosas de otro modo, mi padre se compró un órgano para casa y todos las Nochebuenas nos daban las tantas tocando y cantando villancicos de todo tipo.
En el último año, ya estaba enfermo, pues aquella Nochebuena parecía saber que era la última qua pasaría con nosotros, pero no quiso dejarnos sin su particular concierto y se puso a tocar, mientras nosotros nos bebíamos una botella de champán,. En un momento determinado dejó de tocar, dio la vuelta el taburete, nos miró y dijo:
–¡Que bonito!, yo toca que toca y vosotros bebiendo.
Mi hermano Pepe cogió una copa , le echó unas gotas y le dijo:
–Esto te lo puedes beber.
Esta fue la última Navidad que pasamos juntos. Hoy solo nos queda el recuerdo y la nostalgia de uno años que con menos teníamos más pues todos estábamos alegres y contentos alrededor de aquel Niño que siendo Dios lo compartió todo con el hombre.
Hoy estoy aquí intentado hacer felices a los que me rodean, pero sé que no es tarea fácil pues todos tenemos en nuestros más remotos recuerdos esa otra Navidad.
En Alcuéscar a 22 de noviembre de 2013