Noche del 14 de julio: un especial momento con La Carcasa
El mes de julio ha sido pródigo en buenos momentos para quien esto firma. Hablaremos de ello. Hoy quiero traer aquí un pequeño acto, bueno ni siquiera acto, mejor un delicioso momento, que en compañía de mi mujer Maribel y mi hija Belén, viví el día 14 del pasado julio tras el especial del pregón.
Desde hace muchos años tenemos por costumbre bajar a saludar y tomar algo con los aguerridos componentes de la peña La Carcasa, entre la piscina y el Maestro Casanova, una vez finalizadas las tiradas.
Como día especial que era fui también recibido de forma especial: cariñosa, eufórica, con múltiples muestras de afecto. Pero también noté “un algo”. Mario y Rubén se empeñaron en que me sentase en una silla que prepararon al efecto. Acudieron refuerzos, todos querían convencerme. Me mosqueé. Son de por sí guasones y en ese día mucho más. ¿Qué me tendrían preparado?. Pensé que una vez me sentase izarían la silla y me pasearían en profana profesión como sucedía antaño con Cándido Puente, “El Jefe”.
Me negaba una y otra vez. Algunos de ello hablaron aparte con Maribel y la pidieron que me convenciera. No muy tranquilo me senté en la silla. Todos los miembros de la peña se colocaron formando un semicírculo junto a mí. Inmediatamente comenzaron a cantar:
-Platón, Cicerón, summos Aristóteles, cicererum, cecirerum, in profundum lacum cum
Era una frase rítmica que iniciaba un grupo tras otro a media que cada uno de ellos pronunciaba el Aristóteles. Muchos de ellos la habían aprendido conmigo en las clases escolares de música al menos veinte años atrás. El resto de oírsela a los primeros.
El inicio fue algo desastroso así que me levanté, requerí una vara de volador para utilizarla como batuta y formé tras grupos de manera que fueran entrando uno tras otro rítmicamente. No resultó muy ortodoxo pero sí sentido y entusiasta.
Tras los preceptivos aplausos me rodearon de nuevo. Y entonces… la sorpresa:
Mario y Rubén se acercan y me entregan una placa con peana con el logo de la peña “La Carcasa” y una inscripción que reza: “Para el maestro, pregonero, berzocaniego y ante todo amigo… de la Peña La Carcasa”. Los muy cabrones lograron emocionarme. Era algo totalmente inesperado. Y me sentí especialmente orgulloso. Algo habría hecho bien para que todos aquellos chavales se acordasen de mí.
Aunque tampoco era tanto ya que Rubén tomó la palabra y dijo: “Mera no solo nos enseñó a distinguir el objeto directo del indirecto y el circunstancial, sino también a beber el Mahou como Dios manda”. Lo hacía en referencia a mi particular modo de ir echando la cerveza en el vaso en pequeñas dosis, tan solo lo que uno se bebe en cada trago.
Seguidamente abrazos y más abrazos, algunos especialmente sentidos como el de Mario o el de Castro que se acordaba de mi hijo, de la misma peña, destinado en Sevilla, y al que este año no podría apurrir en la Descarga. Su primera ausencia.
También recibí el “abrazo del oso”. No podía ser otro. Luis Carlos lo hizo efusivamente, aplastándome en su entusiasmo y repitiendo. “Cogoenros, corresponsal, somos los mejores. Sabes que te quiero”. Y los cagoen… salían uno tras otros a la vez que se repetían los abrazos. ¡Grande Luis Carlos!.
Muchas gracias chavales, me hiciste pasar un rato agradable y sentido