Barriga Hubiera recibió la Medalla de Oro de Artesanos
Ayer, domingo, primer día de Novenas, la Peña Barriga Hubiera recibía la Medalla de Oro de Artesanos por su labor y coincidiendo con la celebración de sus Bodas de Oro con la pólvora.
Fue un acto sencillo y emotivo, especialmente para aquellos veteranos que ocuparon los dos primeros bancos y que tuvieron otra vez la oportunidad de volver a ser jóvenes reviviendo otros tiempos, idos ya, eso sí, pero profundamente vividos y ahora recordados. Estoy también seguro que lo fue para los nuevos componentes de la peña, muchos de los cuales eran hijos de aquellos pioneros.
Tras la lectura del acta de la Junta Directiva de Artesanos en la que se acordaba por unanimidad la concesión de la medalla, el secretario de la misma, Antonio Ochoa, hizo una pequeña reseña de lo que había sido Barriga Hubiera y su especial apoyo a la Sociedad en todo aquello para lo que se la había requerido.
Rafael Álvarez Flórez, Falo, fue el encargado de recoger la medalla que, como ocurre cuando esta es otorgada a una entidad, se entrega colocada en un marco. Emocionado, tuvo una palabras de recuerdo para aquellos que ya han ido y para lo que significó y sigue significando Barriga Hubiera en los festejos cangueses reiterando su apoyo a Artesanos. “Como ha sido siempre seguirá siendo ahora: Barriga Hubiera estará siempre dispuesta a hacer aquello que la demande la Sociedad de Artesanos”.
Artesanos me invitó a leer un escrito en el acto, dada mi especial vinculación y amistad con muchos de los componentes de los veteranos de esta peña con los que compartí muchos Cármenes. Esta fue mi intervención:
“En junio de 1.983 escribí en La Maniega un artículo que, con motivo de las bodas de oro con la pólvora de la Peña Barriga Hubiera y la concesión de la Medalla de Oro de Artesanos, quiero rescatar para que los que ahora se mueven en torno a los treinta años conozcan como eran entonces sus padres, como éramos. Todos ellos marcaron en aquel entonces una época fundamental haciendo resurgir peñas y fiestas en un especial momento. Ahora, no ya sus hijos, sino sus nietos, nuestros nietos, están tomando el relevo. Se titula
GUERRILLEROS DEL CASCARÍN
Los guerrilleros del Cascarín en aquellos años
Y dice así:
“Es 15 de julio y el sol aprieta de lo lindo. Son las cinco de la tarde. Apenas hace tres horas de haber llegado de Madrid en busca del ambiente festero subo por la cuesta del Cascarín renegando del tabaco y haciendo promesas de dejarlo, una vez más, en cuanto fuese la ocasión propicia.
Sentado a la puerta de su casa, José, más cariñosamente conocido como Popó, le daba al porro tabaqueril resguardado a la sombra del alero.
-Anda, reimpusa, que tou nos íes llano. Ya esu que ya ta to asfaltao, sino dibas a enterarte, me dijo a modo de cariñoso saludo
-Demontres con la cuesta- digo mientras me siento a recuperar el resuello-
-Trabaja algo que endispués bien que vas a fartucarte. ¡Que! ¿Sabes si hay fartura arriba?, inquirió curioso
-Supongo que como todos los años
-Mangantes ye lo que hay, mucho mangante
-Oye Popó. ¿Es verdad que alguna noche subes esta cuesta con una piedra a la espalda para equilibrar el rezume del mondongo?
-Tou mentiras, mentiras ya calumnias. Eso son cuentiquinos de Noé ya Pertierra que no tien mejor cosa que facer. ¡Ba, ba, ba!. Las luces, las luces de la calle La Fuente íes lo que fai que arreglar ya no tanta tontería ya pendejada. Además, yo no me meto con nadie y subo ya baixo como me parece.
-Bueno hombre, no te pongas así. Voy a terminar de subir hasta donde están montando las máquinas.
Una vez arriba, y después de aguantar los primeros bocinazos de Tahoces, me siento junto a Caniecho que enarbola hacia el cielo una tremenda bota de vino a la que abraza con fruición mientras el rojo elemento produce un extraño gorgoteo sobre su garganta. Alzo al tiento con él mientras a mi alrededor se acrecienta el trajín de voces, tacos y algo más que tacos. Pacuti parece un general (pequeño, eso sí) con mando en plaza.
-¡Peña!, ¡que no te enteras!, esos voladores son para la máquina del camino
-Serán para La Madalena, ¡bodoque!, ¿tas ya fartu o qué?, respondió aquel con cara de pocos amigos.
¿Dónde está el pelgar de Quevedo?
-Arreó con Nel y saparecieron. Tarán dádole al trinqui en penitencia por sus muchos pecados.
Avello coloca los barrenos en inverosímil y quijotesca postura sobre la pronunciada pendiente. Es el único que llega sin escalera. Abajo, el Narcea discurre cantarín buscando el semipartido puente y al Luiña. De cuando en cuando, de aquí y de allá, surge un imperial en zumbante subida. El valle transforma en cientos su estampido.
De pronto, el campanín de Entrambasaguas se lanza en sonoros repique sobre tejados y prados llamando a la Novena.
-¡Daile, daile fuego!, grita Peña. ¡Este condenau campanín ponme los pelos ya los nervios de punta!.
Y de aquí y de allí surgen runflando voladores a poner bronco contrapunto a los agudos sones del revolvín de la ermita. Algo pasa dentro de cada uno difícil de explicar. ¿Qué tendrá para los cangueses el campanín de Entrambasaguas?
Aparece Pin Rengos y marchamos en busca de Nel y Quevedo. Va a tiro fijo y sin dudar. Allí cerca de nosotros, Segura (la vieja) cose la bandera de la peña bastante deteriorara de aguas y soles.
Un pelín más allá entramos en una casa pequeña, una casa como casi todas las el Cascarín, limpia, blanca, cuidada.
-Hasta la cocina, grita una bronca voz
Entramos en ella. Está pintada de un fuerte azul y una larga mesa atiborrada de vasos, copas, tazas de café, dulces y demás etcéteras propios de la fecha da fe de la rumba habida.
Allí se encuentra los fugados del trabajo del montaje de las máquinas: Nel Cuesta, Quevedo, Falo y Francis. Pin y yo nos unimos al grupo. Se nos ofrece café y aceptamos: Los peñistas se sienten como en su casa. Entre café y café le arrean tremendos lingotazos a una botella de ginebra y pullas sin cuento al Seguro y la Segura, anfitriones de la bullanguera partida. Sherpa, 30º, reza en la etiqueta ginebril. Me apunto al coñac. Nel, Quevedo y Falo parecen tres guerrilleros surgidos de algún país de la caliente Hispanoamérica.
Las camisas azules con el distintivo de la peña se encuentran sucias y arrugadas por el trajín, el sudor y el tintorro de las botas. Barbas a medio rapar y pelos crespos. Al cuello, para completar la imagen, unas largas mechas usadas les dan aspecto de furibundos dinamiteros.
-¡Segura!, danos otra ginebra que hay una sede del demonio.
Fuera siguen estamplando con alternancia los voladores mientras el sol inicia su retirada. La “sede” de estos muchachos debe de ser de siglos. ¡Me río yo de los camellos!. Son capaces de licuar cualquier sólido y hacerlo “bebestible”.
Llaman desde las máquinas. Se echa encima la noche y se necesita ayuda. Estallan las palabras emulando voladores, sonoras, rotundas. Por allí pasan los mejores y más sonoros tacos del decir castellano y asturiano. Se permite todo y todo a bien es tomado. La peña, la amistad, Cangas, el Carmen… estos conceptos está por encima de todos los dichos y dicharachos propios de la jarana y la bullanga.
Con gran dolor de su corazón, y más aún de sus estómagos, se dirigen a colocar voladores. Se aproxima la hora cero y… entonces todos serán dinamiteros. Los de Barriga Hubiera, y los del Arbolín, los de la Amistad y los de la Alpargata. Dinamiteros de la paz y la alegría de un Cangas en fiestas.
-Pacuti, coloca tu los barrenos que Avello no llega
-Que los ponga tu p…. madre.
Barriga Hubiera. Han pasado treinta años.