Las comunidades de vecinos, el pesado y el listillo
Estoy seguro que si usted tiene hoy una reunión de la Comunidad de Vecinos es una persona feliz, y mucha más aun si es jubilado o prejubilado. ¿O no?
No ha muchos años, un jubilado de Cangas del Narcea, ya fallecido, cuando llegaba a la reunión vecinal exclamaba entusiasmado: “Por fin un anochecer entretenido”. Y no paraba de hablar, incordiar, interrumpir, e ir de un lado a otro del portal en cuestión, hasta lograr que la reunión, con un solo punto en el orden del día, se fuese allá a las dos horas de interrupciones y divagaciones sin que, como suele ocurrir casi siempre, nada hubiese quedado claro.
Estoy convencido de que todos y cada uno de ustedes tienen en su portal un vecino, o vecina, de estas características. La goza en las reuniones, lo pasa en grande, y por él, o ella, habría que celebrar una cada semana. Son más pesados que una vaca en brazos o viuda cotilla en cementerio. Repiten y repiten palabras y deshilvanadas ideas; divagan entre frases, sentencias o refranes que ni vienen a cuento ni nada que se le parezca; toman el papel de catedrático en tarima y tratan al personal como torpes alumnos repetidores de cualquier curso de la ESO. Son inaguantables y, tan creídos de su monótona y repetitiva sapiencia, que ni siquiera se enteran cuando les ponen verdes o mandan a hacer puñetas o enhebrar agujas con cabos de barco. Ellos vuelven al principio y a repetir y repetir y, si ven que el grupo no les atiende debidamente, pasan del que está hablando, cruzan de lado a lado el portal que actúa como sala de reuniones y allá que se van a seguir con su prédica monocorde sobre el más tranquilo o pacífico de los reunidos.
Está también el “listillo”. Este es más dinámico y más rápido en el decir. “No, no, esto ya lo he consultado yo con un abogado y está clarísimo”, suele ser su frase preferida. “La ley dice que tenemos que aprobarlo todos, no vale con mayoría”. “El de la calefacción es un sirvengüenza y no tiene ni idea; tiene que modificar el regulador, la presión, el velindengue y el perifollo para gastar menos, ni idea, no tienen ni idea, y los del ayuntamiento menos, y el presidente no sabe los derechos que tenemos”. Lo malo es que tampoco aporta nada y repite una y otra vez los dicharacahos leguleyos que trae aprendidos de casa y que suelta vengan o no a capítulo.
Luego está el despistado que al salir, tras las dos cabreantes horas te pregunta en un susurro: ¿Al final que fue lo que aprobamos?