La Voz de Asturias en el suroccidente
Cuarenta años de un corresponsal que vivió a tope la historia de la comarca, su ascenso y su decadencia
Hoy es un día triste. Tras los cristales de la ventana veo caer la lluvia mansamente sobre Cangas del Narcea. En el viejo tocadiscos suena la música de Mozart. Mi perra, Raisa, se acurruca bajo la mesa, a mis pies. Creo que ella también entiende que hoy se cierra una larga etapa de mi vida y quiere estar cerca de mí: La Voz de Asturias no ha acudido hoy a su cita con los lectores tras 89 años de fidelidad a Asturias y los asturianos.
Casi cuarenta años de mi vida han quedado reflejados en las páginas de La Voz. De mi vida y de la de Cangas.
Allá a principios de 1.973, recién llegado a Cangas y con 27 años, mandé a La Voz mis primeras colaboraciones. Era años de frenética actividad minera y, como consecuencia, de un despegue económico general en la comarca. Paralelamente, la actividad política y sindical se desbordaba a todos los niveles. Cangas comenzaba a hacerse notar en la región. Y allí estaba La Voz haciéndose eco de cuanto aquí pasaba.
Durante la transición, y desde algunos años antes, los hechos se sucedían unos tras otros con la misma intensidad y potencia con que estos días bajan las aguas del Narcea. Se acumulaban, desbordaban, arrastraban posiciones y actuaciones con un frenesí descontrolado y controlado si es que esta contradicción puede darse. La actividad fue frenética como frenético y pleno fue mi quehacer diario en aquel entonces.
Recuerdo mis polémicas escritas con Lilippardo, seudónimo que utilizaba el cura de Tebongo, José Ramón Pérez Ornia, que luego colgó los hábitos y fue hasta hace poco director general de la TPA. Por aquel entonces comencé ya a firmar como corresponsal. Trabajaba gratis, tan solo por la satisfacción de hacerlo, ya unos cuantos años después comenzaron a mandarme el periódico de forma gratuita Mi sueldo venía de mi profesión de maestro, entonces en Soto de la Barca, quizás la época más plena y satisfactoria de mi hacer como enseñante. He de reconocer que siempre me he sentido periodista y así lo he vivido intensamente durante todos estos años.
Durante un buen puñado de ellos tan solo La Voz tenía corresponsal. Fui testigo de cómo los plenos se suspendían a las doce de la noche y se reanudaban al día siguiente; de los muchos escándalos con repercusión periodística que en ellos ocurrieron. De cómo Cangas era portada en La Voz una vez sí y otra también por los aconteceres más inverosímiles como prohibir el espacio aéreo cangués a los aviones americanos, declarar a Camilo José Cela persona non grata o la denominada “Crisis de la fabes pintas”, por la ausencia de este producto en el mercado de los sábados, amén de por gloriosas e inverosímiles propuestas municipales y agarradas políticas. Fue entonces cuando el responsable de Comarcas en La Voz, Luis José Ávila, que luego sería director, bautizó a Cangas como “El dorado asturiano” en referencia a su rápido y descontrolado crecimiento económico y urbanístico.
Mi mujer y mis hijos recuerdan muy bien el sonar de aquel primer móvil con “Claro de Luna” que siempre en la hora siesta o del relajo llamaba con estrépito al trabajo de la tardes. Desde ese momento todo eran carreras y mandar callar a todo aquel se acercaba a mi máquina de escribir, primero, y luego a mi ordenador. Ellos también han vivido La Voz como algo “de casa”, algo cotidiano fuese el día laborable o festivo. Todavía ayer, Maribel, mi mujer, me preguntaba si había mandado algo a La Voz. La Voz, algo consustancial a mi propia casa y a mi familia. Durante estos casi cuarenta años, de una u otra forma, todos hemos formado parte de esa gran familia, de sus cambios, de sus triunfos, de sus problemas y de su larga agonía. Hoy mis recuerdos se acumulan a borbotones y desfilan en mi mente, nombres y más nombres, situaciones y cambios. Desde aquel Dionisio, que enmaquetaba con escuadra, regla y cartabón, hasta la aparición de los últimos avances tecnológicos. Desde cuando este corresponsal dictaba las crónicas a las teclistas a voz en grito, intentando que copiasen bien los nombres de los pueblos, o el andar a carreras para poder mandar los carretes de fotos por el ALSA, pasando por la utilización del primer fax, la aparición del correo electrónico o el escribir directamente en la página que te correspondía como en estos últimos años. A todos mis compañeros, a los que están y a los que se fueron, un fuerte abrazo en el recuerdo, la satisfacción del deber cumplido y las esperanzas de futuro para todos. En esta comarca suroccidental siempre seré, con orgullo, Mera, “el de La Voz”.