PREGÓN SANTISO 2012
Pregón leido por NETO en la Fiesta de San Tiso del domingo, día 29
Señores vecinos y bodegueros de Santiso: (comienzo así porque me dijeron que en los discursos oficiales había que nombrar primero a las autoridades, y qué duda cabe que, tanto las gentes como los propietarios de estas bodegas, son unas grandes autoridades en lo que al vino se refiere, así que para vosotros mi primera mención, que sois hoy el alma de la fiesta, y así de paso dejo desprovisto de pompa y solemnidad esto que no quiere ser un discurso, sino unas palabras de cariño y de recuerdos, entretejidas con la urdimbre de la evocación, como las maniegas que portan los vendimiadores, y que tan bien supo reflejar nuestro arquitecto-bodeguero Ramón Puerto en la fachada del Museo del Vino, que tenemos aquí tan cerca).
Pues, como decía, señores vecinos y bodegueros de Santiso, autoridades, y gentes que os dais cita hoy aquí:
Es para mí un honor que hayan pensado en mí a la hora de ofreceros unas palabras en este día. Honor que agradezco doblemente, primero por la deferencia hacia mi humilde persona y mi labor, y segundo porque me brinda la ocasión de venir nuevamente a mi pueblo; porque como sabéis, yo soy de aquí al lado, o sea soy de casa, y para mi la cita de Santiso no resulta nada extraña, más bien al contrario, hablar de Santiso supone evocar una continua colección de momentos y sensaciones, de esas que tenemos depositadas en algún lugar del archivo de nuestra memoria. Recuerdos todos entrañables, esparcidos a todo lo largo de mi biografía, desde la más tierna infancia hasta ayer mismo.
Las primera evocaciones de Santiso no son recuerdos propiamente dichos. Yo no me acuerdo de ello, más bien se trata de la restauración de recuerdo que vuelvo a reconstruir y archivar a partir de unas fotografías del album familiar. Se trata de una foto en la que yo, que tendría cuatro o cinco años, junto con mis hermanos y algunos primos estamos sentados en algún punto de estas inmediaciones. Lo sé porque mi madre, al llegar a esta foto siempre decía –Esto fue en Santiso. Además, teníamos todos un pasamontañas de lana por cuyo agujero asomábamos la cara, señal de que, efectivamente, tenía que ser invierno. Sujetábamos todos en las manos un pedazo de empanada de chorizo, más grande que el agujero por donde asomaban nuestras caras. Ya dije que es un recuerdo reconstruído a partir de aquella imagen, así que no me acuerdo ni del frío que hacía ni de si fui capaz de comerme yo solo todo aquel enorme trozo de empanada.
El primer recuerdo que realmente sí puedo llamarlo así, se entremezcla curiosamente con una de mis actuales aficiones y pasiones ocultas, o no tan ocultas. Desde hace algún tiempo vengo atesorando una amplia colección acerca de Tarzán, libros, pero, sobre todo cómics, género que como sabeis forma parte de mis pasiones y de mis profesiones. Me gusta coleccionar las publicaciones tanto de España como del resto del mundo acerca de este personaje, especialmente las publicaciones originales en la prensa americana (que, por cierto, no entiendo, porque solo hablo español y asturiano) . Tarzán es uno de mis mitos infantiles, y el origen de esa devoción está curiosamente entrelazada con Santiso. Resulta que un día de San Tirso de yo qué sé qué año -pero no tendría yo más de seis o siete-, era domingo, y echaban en el cine la película “Tarzán de los Monos”, aquella no menos mítica película, todo un clásico, protagonizada por Johnny Weissmuller, que era según mi padre –porque la película era de la época de mi padre- el mejor Tarzán de la historia, de todos los que lo habían protagonizado. Así que aquel domingo mi padre nos cogió a mis hermanos y a mí y nos llevó al cine. Era en el Cine Toreno, le llamábamos “el cine de abajo” (había dos cines en Cangas, y le llamábamos así para distinguirlo del “cine de arriba”, que era el Cine Trébol, en El Paseo). Tras salir del cine nos encaminamos rumbo a Santiso, donde seguro mi madre nos estaría esperando con la empanada de chorizo. Ni que decir tiene que durante todo el trayecto no hicimos otra cosa que hablar de aquella maravillosa película que nos acababa de deslumbrar, de todas las escenas: las peleas con las fieras, la gracia de la mona Chita, la lucha con aquel enorme gorila, los pigmeos –que eran enanos pintados, pero esto entonces no lo notáramos – , los desplazamientos en liana –que no era él sino un trapecista, pero eso tampoco lo notáramos-; y el grito, aquel agudo y peculiar grito, que a cada poco intentábamos imitar. Yo había quedado atrapado por la magia del cine, por aquel universo de aventura y fantasía.
Y no tendría mayor trascendencia aquella tarde de cine, aquel dia de San Tirso, si no fuera porque aquella, además, fue la única ocasión en que fui al cine con mi padre. La primera y la única. Tiene ese valor testimonial. Luego, claro, que fui al cine, todos los domingos, el cine era parte consustancial para los niños de mi generación, íbamos todos los domingos, los hermanos juntos, o acompañados por toda la panda del bloque. La película que echaran iba a determinar los juegos del resto de la semana: a espadas, al oeste, a polis, a Tarzán… Pero aquella vez fue especial.
Sigo rebuscando en el archivo de la memoria y también me veo, años más tarde, bajando a Santiso en panda con todos los nenos de los bloques del Carmen. O mejor debería decir “subiendo”, ya que el río va hacia Cangas, y venir de Cangas a aquí es subir y no bajar. Pues de aquellas otras ocasiones en que ya veníamos por nuestra cuenta, recuerdo el comer el bollo todos juntos en algún prado de los alrededores, y sobre todo el arsenal de petardos del que nos proveíamos, y que comprábamos en el puesto de alguna avellanera que nunca faltaba, para pasar la tarde tirando petardo por aquí, petardo por allá.
También me resultan entrañables las ocasiones en las que bajaba con mi padre el dia de San Tisón, a cenar en alguna de las bodegas. Costumbre que también repetí en multitud de ocasiones posteriormente con los compañeros, o mejor debería decir “compeñeros”, de la Peña El Cachu, a la que siempre pertenecí.
Son todos recuerdos imborrables y momentos entrañables que me producen todos ellos una agradable sensación de felicidad y el dulzor de la nostalgia.
En fin, los recuerdos ahí están, para echar mano de ellos cuando nos hagan falta, y nosotros hoy estamos aquí, en el presente, para la puesta de largo de los vinos de esta añada. Hoy es la presentación en sociedad, la prueba, y seguro que una vez probados serán aprobados, porque el vino de Cangas pasa hoy por uno de los mejores momentos de su historia, si no el mejor; en cuanto a calidad se refiere.
Confieso que no soy bebedor, a pesar de ser cangués, y a pesar de pertenecer a una cofradía del vino (que eso tiene más delito). Pero así es, ¡qué le vamos a hacer! Eso sí: me gusta que este caldo esté presente en aquellas ocasiones que considero especiales. No distingo un rioja de un ribera de duero o un penedés de un toro. En mi corto discernimiento al respecto sólo distingo dos clases de vino: el que me gusta y el que no me gusta. El vino de Cangas está entre los que me gustan, y entre los que distingo, porque el de Cangas sí que lo distingo. Su sabor me es familiar, porque como soy de aquí su presencia estuvo siempre en mi entorno, asociado a mi vida diaria, era parte de lo cotidiano. De pequeño iba con un garrafón a alguna bodega para proveer de vino la casa, era parte de mis tareas. Así que tengo muy grabado el olor de las bodegas, de las barricas, y los olores son a veces más evocadores aún que las imágenes. El vino forma parte de la cultura material de esta zona, el vino es algo de casa, y es una de nuestras peculiaridades diferenciadoras. Hay todo un universo de tradición y de etnografía en torno a la cultura del vino en esta comarca del suroccidente.
¡Cuántas veces los cangueses hemos tenido que hacer de embajadores de nuestro vino! Lo propagamos en cuanto tenemos ocasión, lo recomendamos, lo regalamos… o así debería de ser; debemos de apoyar y defender lo nuestro. Me molesta profundamente cuando compruebo que en algún lugar de Asturias, en algún restaurante, ni siquiera conocen que en esta zona de Asturias hay vino. Hace poco estuve en uno, de cuyo nombre no me acuerdo ni quiero acordarme, y, al comprobar que en la carta de vinos no figuraba el de Cangas, le pregunté al maitre intencionadamente: –¿No tienen vino de Cangas?. Y me contesta: –¿Del Narcea o de Onís?. Casi me tiro a él. Yo le quitaba la pajarita y lo ponía a cavar viñas, para que se enterara de que aquí hay vino. Luego se les llena la boca promocionando la cocina asturiana, los productos asturianos, como si el vino de calidad de Cangas no fuera un producto asturiano. Pues sí, es un vino asturiano, el único para más señas. Y como su propia denominación indica: “de calidad”. Porque ahora sí que podemos decir con la cabeza bien alta que es de calidad.
Nos toca hacer de embajadores, y ¡cuántas veces también de abogados! Y no nos faltan razonamientos para defender nuestros caldos allá donde sea. Cuando nos dicen –El vino de Cangas es muy ácido. – Bueno, no tanto, ahora eso está controlado ¿usted lo ha probado recientemente?. O: ¬ Es muy caro en comparación con un rioja. ¬–Claro hombre, como que la producción de aquí no es como la producción de La Rioja ¿usted ha visto estas laderas? En fin.., eso es lo que debemos hacer todos los cangueses, ser los primeros embajadores de nuestros vinos.
Es una de nuestras señas de identidad. Y de nuestra Historia. Siempre pensamos que el vino lo introdujeron aquí los monjes benedictinos del monasterio de Corias en el siglo XI, pero las últimas investigaciones retrasan esa presencia mucho más atrás, a la época de los romanos. Al final eso les vamos a tener que agradecer; se llevaron nuestro oro, pero al menos nos dejaron las cepas de la vid, este “oro rojo”. Y si no fuera porque Estrabón ya dejó escrito que los astures no hacían vino (que lo iban a robar a sus vecinos del sur, los vacceos) a estas alturas estaríamos investigando en los numerosos castros de nuestros antepasados pésicos si en alguno de ellos, además de restos de murallas, de fosos, o de casas redondas aparecía también alguna bodega.
Pero no, parece que Estrabón no mentía, porque de momento no apareció nada, aunque también es verdad que de los cincuenta castros que habrá por el concejo, solo se excavó en uno. Lo dejamos en que fueron los romanos. Me imagino la escena, los pésicos de la época, maniega al hombro, en la villa del prócer romano. –Ave Antonius, los que van a vendimiar te saludan.
Así que echando cuentas, hoy vamos a asistir, pues, a la presentación de la cosecha número dos mil, o dos mil y pico.
Hoy se celebra aquí la festividad de San Tirso, santo casadero –como suele decir Juaco en sus crónicas-, y santo modesto, que diría yo. Y lo digo porque resulta que la imagen colocada en el lugar principal de la capilla no es la de San Tirso. Él, el auténtico, está al lado, en otra imagen más modesta, y sin decir ni mú. Él sabe que lo importante no es la estatua, sino la devoción; y la devoción de los que aquí acuden va para él, que es lo que cuenta, aunque la gente lo haga mirando a otro.
No te preocupes Tirso (permíteme que por lo de la confianza, no te trate de San), mira si no lo que le pasa a la patrona de la villa, la Magdalena, que es peor. Resulta que sí; ella tiene la imagen más grande, en el mejor lugar del gran retablo y en una maravillosa basílica. Sin embargo la que se lleva la devoción, y la mejor fiesta, es la Virgen del Carmen.
Permíteme, querido Tirso, que te felicite con cierta anticipación porque sé que dentro de muy pocos años vas a cuplir los mil años. Eso sí, te recomiendo que pidas como regalo que por lo menos te restituyan en el lugar de la capilla que te corresponde.
Nada más, que si digo todo lo que querría decir me alargaría tanto que al final, en vez de presentar el vino del año presentaríamos un gran reserva.
Cumede ya bebede ya facéi pulu que hai.
Ya con eso, alón. Viva Santiso.
Neto